Quantcast
Channel: Manual de un buen vividor
Viewing all articles
Browse latest Browse all 57

La importancia de dar las buenas noches

$
0
0

vivienne-gucwa-10

1. Mi casa estaba en el 55 de Wall Street. El edificio fue construido en 1842, poco después del gran incendio de Nueva York. Luego fue adquirido por la casa Cipriani, donde abrió uno de sus restaurantes en la planta baja. El edificio tiene una terraza muy agradable, con un patio rodeado de columnas de estilo jónico (sí, he tenido que googlearlo) donde banqueros, brokers, amantes, secretarias, agentes de real estate y bon vivants se juntan para tomarse al mediodía un bellini de Cipriani con el que atemperar los nervios mientras la batalla se libra en la calle. A mí, en cambio, lo que me gustaba era atizarme un dry martini en esa terraza al atardecer, entre las 7 y las 8, bajo esa luz mágica que te descarga de tensiones, viendo cómo las frenéticas calles del distrito financiero se iban vaciando poco a poco hasta convertirse en un barrio residencial.

FullSizeRender

2. La calle de Wall Street y aledaños se cierra por la noche al tráfico, convirtiéndose en una agradable zona peatonal con más seguridad que el Vaticano. Colocan en varios puntos estratégicos distintos coches patrulla y se activan rampas, supongo que para disuadir a insensatos de la tentación de hacer un alunizaje en la Bolsa de Nueva York o de intentar un atraco y escapar en moto como Bane en la última de Batman. Locos siempre hay.

3. Todas las noches había apostado un coche patrulla debajo de mi casa. Durante las calurosas noches de verano, los policías, sin demasiado que hacer, salían del coche y hablaban de beisbol y chicas, apoyados en el capó, mientras daban largos sorbos a sus vasos de poliestireno llenos de café de Dunkin' Donuts. Un policía me dijo que era injusta esa fama que tenían de comer tantos donuts, un falso mito. El estereotipo, me explicó, se debía a que el café de Dunkin' Donuts era el mejor de la ciudad (cream & sugar, chico) y sus locales estaban abiertos siempre a cualquier hora. De ahí la asociación al verles siempre con bolsas y vasos de DD cuando estaban de guardia.

Había una pareja de policías recurrente a la que solía ver a menudo bajo mi casa: uno pelirrojo, con el pelo alborotado y manos mantecosas; el otro, negro, alto, con brackets y mirada lánguida tras unas gafas de ver de Persol de carey. Me hacía bastante gracia escucharles discutir vehemente sobre temas tan dispares como Alex Rodríguez, el calor, el mejor spot del lago Saratoga para pescar un black bass, Kobe Bryant o las Kardashian. Siempre que volvía algo achispado de madrugada, pasaba delante de ellos fingiendo entereza y les saludaba haciendo que me levantaba un sombrero imaginario justo antes de entrar al portal. Ellos respondían levantándose sus viseras y deseándome buenas noches. Se convirtió en nuestro ritual.

7515936000_393d8b7925_b

4. El día antes de volver a Madrid, entré en un Century 21, una de esas horribles grandes superficies atiborradas de gente. Mi pobre y vieja maleta había salido por la cinta de equipaje del JFK como si le hubiera atacado un puma en la bodega del avión, así que necesitaba una nueva. Mi idea original había sido aprovechar la ocasión para darme un viejo capricho y hacerme con una Rimowa en la tienda de Monocle. Esas maletas siempre me han parecido el equipaje propio de alguien muy cosmopolita y viajado. Pero entre el alquiler, mis excesos neoyorquinos y los precios desorbitados de Monocle, la operación se presentaba bastante ruinosa. Tendría que conformarme con algo más económico. Por eso me encontraba, contra mi voluntad, en la sección "Travel & Luggage" del monstruoso Century 21 de la calle Fulton, buscando algo barato.

tumblr_np5lzrDLE01uvrwvao1_500

5. Comprar maletas es una situación bastante absurda si te detienes a pensarlo. No sabes muy bien en qué cualidades fijarte para llevar a cabo tu elección. Observas las ruedas como si estuvieras examinando los dientes de un caballo para tu granja. Luego le das un par de pataditas supongo que para comprobar su resistencia y estabilidad ante situaciones de violencia extrema. Y cuando te ve la dependienta, con cara de niño de la selva en mitad de la civilización, te hace todo tipo de preguntas técnicas como si tuvieras un doctorado en maletas: ¿La quieres con válvula de compensación? ¿Y geolocalizador? ¿Las ruedas pivotantes? ¿Mango telescópico? ¿El material de la carcasa ignífugo? 

Rodeado de tantas maletas de distintos tamaños, uno enseguida pierde la escala y la perspectiva de lo que realmente anda buscando. Se te embota el cerebro como ocurre con el sentido del olfato cuando estás probando perfumes. Pese a todo, localicé una Samsonite gris metálico muy rebajada y de un tamaño enorme, suficiente para meter cómodamente un cadáver sin necesidad de descuartizarlo. Se lo comenté a la dependienta. No se rió con mi broma. El neoyorquino siempre ha sido un público muy exigente.

6. Pagué y me fui con mi desproporcionada maleta-armario rodando por las calles de Nueva York, esquivando a los cientos de turistas que subían y bajaban por Wall Street. Mientras arrastraba la maleta, iba pensando en lo que decía Casciari sobre la paradoja ruedas-maletas.

Nunca se descubre nada a tiempo, siempre tarde. Pienso en la valija con rueditas, quizá el invento más útil del siglo veinte, pero también la prueba de nuestra desidia. Porque la rueda se inventó al final del neolítico, y la valija común en el año 726. Entonces, ¡catorce siglos estuvimos llevando las valijas en la mano, habiendo ruedas! ¿Por qué tardamos tanto en ponerle bolitas redondas a la valija, si las dos cosas separadas existieron siempre? Lo dicho: nos esconden la felicidad hasta último momento.

7. Antes de subir a casa, paré en la puerta de un Starbucks justo enfrente de la Bolsa para chupar de forma vampírica y parasitaria su WiFi. Mientras comprobaba las estupideces pertinentes en los grupos de whatsapp y borraba varios mails, me entró una llamada de un número desconocido. Me puse a hablar y dejé la maleta algo desatendida. Total, no llevaba nada de valor en ella. Al finalizar la llamada, me di cuenta de que, inmerso en el fragor de la apasionante conversación con mi banco, me había puesto a andar y estaba alejado de forma considerable de mi maleta. Alrededor de ella se había formado un enorme vacío. Como si acabara de impactar un meteorito y hubiera volatilizado a todos los turistas que hacía un momento pululaban a su alrededor. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Diez minutos? ¿Máximo quince? Enseguida tuve la certeza inmediata de que algo no iba bien. Odio cuando eso ocurre. Y es algo que me sucede bastante a menudo. Notaba cómo los turistas reparaban en mi maleta gris sospechosamente abandonada en la puerta del Starbucks, cuchicheaban algo a sus seres queridos, y salían huyendo de ahí a paso ligero. Poco a poco, fui acercándome disimuladamente con la intención de recuperar mi maleta, rodeada de un cordón de seguridad invisible, y salir huyendo.

Y entonces se formó la gozadera.

8. Antes de poder llegar a mi maleta y hacerme humo calle abajo silbando, tal y como era mi improvisado plan de huida, aparecieron cuatro policías visiblemente alterados soltando códigos por la radio sujetas con velcro al hombro. Rodearon mi maleta con suma precaución. Como si fuera un león herido.

Si bien los americanos son un poco alarmistas, los hechos de por sí eran bastante irrefutables como para elevar el estado de alerta: había una maleta nueva de un tamaño suficiente como para volar medio Manhattan y parte de New Jersey abandonada en la puerta de un Starbucks justo a la entrada de la Bolsa de Nueva York.

Raymond Chandler decía que era uno de esos bebedores que salían a por una cerveza y se despertaban en Singapur con una barba de diez días. Yo soy de los que salen a por una maleta y acaban cumpliendo condena en Guantánamo.

9. Cuando me aproximé a ellos, me animaron a no acercarme demasiado a la maleta. La gente les miraba con curiosidad y recelo desde una distancia prudencial. Podríamos decir que la situación se puso un poco tensa cuando les dije, agitando mi ticket de compra, que, ejem, yo era el dueño de esa maleta.

En mi defensa he de decir que soy lo suficientemente inconsciente como para manejarme con cierta frialdad en momentos tensos. Es uno de esos defectos que se convierten en virtudes. Me quedo tan bloqueado que parezco tener la situación bajo control. Nada más lejos de la realidad. Una vez vi un documental sobre la serpiente Hognose, completamente inofensiva y sin veneno, que cuando se ve amenazada por un depredador, se pone en posición de ataque, mostrando colmillos para intimidar. Cuando ya ve que su farol no funciona, cae fulminada al suelo y se hace la muerta repentinamente. Yo soy esa serpiente. Cuando las cosas se ponen feas, me hago el muerto. Al menos cerebralmente. Me pongo muy pálido, respondo con monosílabos y parezco inofensivo a la par que no especialmente espabilado.

¿Es esta su maleta, señor?

Yes, officer. (Me había preguntado un policía latino en perfecto castellano pero yo respondí en inglés como para hacer la pelota y subir nota)

No parecían muy convencidos.

En esas apareció mi "amigo" policía pelirrojo, alterado también. Tenía el rostro colorado a parches. Me reconoció enseguida y se le puso esa inconfundible cara de qué-puto-circo-es-este. Lo que me alegró ver a ese mantecoso rojizo salpicado de pecas no puedo ni explicarlo. Le saludé con tal efusividad que parecía que hubiéramos ido al colegio juntos desde pequeños en un pueblecito en Iowa. Cuando le puse atropelladamente al tanto de la situación, llamó a sus compañeros a la calma e hizo un apartado para explicarles que yo era vecino de la zona. Un vecino un poco lerdo, sí, pero un vecino inofensivo. Yo mientras tanto seguía agitando el ticket de mi compra como si me estuviera despidiendo de un barco en el muelle con todos mis seres queridos a bordo.

10. Se me acercó un policía gordo y me dijo que abriera la maleta delante de ellos. Hubo un poco de emoción porque, por supuesto, no logré abrirla durante un rato (tenía un sistema de apertura tan sofisticado que aquello parecía la puta caja fuerte del Bellagio y no me lo habían explicado en la tienda). Tras cerciorarse de que estaba vacía y de que yo tan solo era un poco torpe, me dejaron marchar. Sin deportarme, algo que es de agradecer.

Es posible que, sin las gestiones de mi amigo pelirrojo, todo se habría podido complicar mucho más. Algunas noches me pongo a pensar en ese escenario y me desvelo de la pura angustia.

Cuando me fui de ahí, le hice a mi amigo el gesto de levantarme el sombrero. Él me lo devolvió. Y luego hizo el gesto de quitarse sudor de la frente con el dorso de la mano.

Se llamaba Danny, por cierto. Precisamente como el policía irlandés de "Cualquier otro día", una de mis novelas favoritas.

No le volví a ver.

11. Hoy, llenando de nuevo esa misma maleta para otro viaje, me he acordado de esta historia. Me gustaría decir que aprendí una valiosa lección de la experiencia, pero hace dos semanas me volví a dejar olvidada una maleta en la estación de Sants. Y mi cartera en el coche de un amigo. Y la tarjeta de crédito en un restaurante en Malasaña. Que me acabo de acordar que todavía no he ido a buscar, por cierto. Soy de aprendizaje lento. Y muy despistado. Tiendo a complicarme la vida de la forma más absurda posible. Como aquella otra vez en Barcelona. Podría tomar mejores decisiones, sí. Incluso alguna inteligente para variar. Pero sigo dejándome jirones de ropa por las esquinas de la vida. Y hasta me gusta. No me refiero a crear falsas alarmas terroristas. Pero sí que creo que si me fijara más en esas cosas, posiblemente me perdería otros detalles en los que otros no reparan. Si ahora empezara a ser menos despistado sería como operarme la nariz: no me reconocería. Me gustan los problemas. No existe otra explicación.

Eso sí, ahora le doy las buenas noches a todo el mundo con el que me cruzo: taxistas, policías, barrenderos, vecinos, árboles o perros. Uno nunca sabe cuando ser mínimamente educado te puede sacar de problemas serios.

Por un 2016 lleno de líos. Ustedes ya me entienden.

 

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

Y en Instagram: @guardiancenteno

 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 57

Trending Articles