Quantcast
Channel: Manual de un buen vividor
Viewing all articles
Browse latest Browse all 57

Lo que no te dije en aquel discurso

$
0
0

Querido Giorgio,

Me imagino que mientras escribo estas líneas, muriéndome de calor en mi piso de Madrid, tú estarás disfrutando de una puesta de sol en Positano, fumándote un Behike en el hotel San Pietro, tras haber dado buena cuenta de una cena con pescado fresco y vaciado un par de botellas de vino, junto a tu ya mujer, la encantadora Tere.

Tú en la Costa Amalfitana, livin´la vida loca con tu mujer y yo en Madrid, con el Bosón de Higgs.

Hay que joderse. 

Porca miseria.

La razón, amigo mío, por la que ahora te escribo estas palabras no es otra que para tratar de saldar un pequeño ajuste de cuentas que tenemos pendiente. Ya sabes: cuentas claras, amistades largas.

El pasado viernes en Roma, un día antes de casarte, cenando todos en el genial Checco Er Caretierre, en la misma terraza donde solían ponerse hasta las cejas de ostras Gabo García Márquez, Muhammad Ali y De Niro, me pediste a traición, con nocturnidad y alevosía, que diera ahí mismo un pequeño discurso por vuestra boda.

Quizá sufrí de cierto miedo escénico. O tal vez fuera la media botella que llevaba encima de Limoncello, que te golpea en la cabeza con la suavidad de un bate de beisbol. O puede que, en el fondo, sea un poco tímido o que no hago caso al médico y no tomo el maldito Omega 3, que tanto me recomienda para la memoria. 

La cuestión es que me faltaron muchas cosas por decir en aquel improvisado discurso.

Y yo, que soy muy de saltar al ruedo a toro pasado, aquí me tienes, con algo de retraso y por escrito, tratando de decirte todo aquello que no te dije en aquella calurosa cena en el Trastevere.

Sólo espero que no sea demasiado  tarde.

Se me olvidó, por ejemplo, hablar de aquel Italia- Eslovaquia que vimos en un rincón perdido de Murcia, en un restaurante en mitad de la absoluta nada, mientras os eliminaban del mundial y tú insultabas en italiano uno a uno todos los jugadores, al seleccionador, a lo comentaristas, al árbitro, a la madre del árbitro y a la abuela del árbitro, mientras el matrimonio que llevaba aquel restaurante nos miraba petrificado, seguramente pensando aquello que sospechaba el bueno de Obélix: "están locos estos romanos".

Se me pasó también mencionar, échale la culpa al limoncello, que espero sigamos por mucho tiempo calzándonos balas de plata a tumba abierta en tu querido Dry Martini de Barcelona, certificando en nuestras propias carnes eso de que dos martinis son pocos y tres, demasiados.

Y me fui esa noche sin decir que, aunque perdamos siempre, aunque nos muramos de frío jugando a las once la noche en pleno invierno y aunque la FIFA nos denuncie por atentar contra el buen fútbol, aquí sigues teniendo un espartano para los partidos de los miércoles, donde quiero seguir viéndote jugar a la italiana: haciendo faltas cuando no miran, fingiendo penaltis y dando la brasa al árbitro todo el santo partido.

No comenté tampoco que tú sí que deberías escribir un manual de un buen vividor, donde hablaras de todos esos restaurantes que descubres y que luego me cuentas, con todo lujo de detalles, que tengo que conocer porque "es fantássssssssssssssssstico", con tu cerradísimo acento romano.

Podría haber citado en tu honor (y para impresionar a la guapísima Ginevra) alguna frase de nuestro admirado Hemingway o podría haber contado aquella vez que te indignaste conmigo, haciendo ese gesto italiano de ma che cosa dice, cuando te dije que para mí tu querido "El viejo y el mar" no era más que un 7.

Tampoco dije, aunque esto ya lo sabes, que me gusta tu forma de ir por la vida, un all in continuo, un doble o nada, sin medias tintas, hablando claro siempre y poniendo un par de banderillas a este morlaco que es la vida. Y que espero algún día engañar a alguna insensata para que se case conmigo tan buena como Teresa.

No mencioné, maldita cabeza la mía, que guardo, como si se tratara del Códice Calixtino, aquel libro dedicado por Eduardo Mendoza que me regalaste una tarde de junio.

Y me quedé también sin decir que por tu culpa me he convertido en un tifoso de la Lazio y que me sorprendo a mí mismo poniéndome nervioso en un derbi contra la Roma o lo mucho que me divierte leer sobre aquella Lazio Salvaje del 74 de la que tanto habla Enric González.

No logré acordarme de decir que, al igual que yo, entre todos los monumentos de Roma, sientes predilección por el Panteón y la Iglesia de San Ignacio de Loyola. ¿Casualidad? No lo creo, amigo.

Y no pude describir lo mucho que me río cuando, de pronto, me llamas para decirme muy serio que has tomado la firme decisión de vestir el resto de tu vida únicamente con camisas vaqueras y trajes cruzados.

No mencioné, tal vez para no asustar a la pobre Tere, que te mataría cuando te pones a toquitear todo los botones de mi coche, como un hiperactivo niño de 10 años, o cuando no me dejas en paz hasta conseguir que te acompañe a probarte un traje, a hacer un recado al Corte Inglés o a comprar tu decimocuarto juego de palos de golf, tu nueva obsesión.

No te di las gracias por esos maravillosos rincones que siempre me descubres cuando voy a Roma. No mencioné la suculenta pasta Cacio e Pepe que me invitaste a probar en Da Felice, ni los bloody maries que ponen en el Bar del Fico, ni el famoso Dal Toscano, ni las crujientes pizzas de la Montecarlo, la pizzería de mi vida, ni el increíble L´Acquarella frente al lago de Trevignano.

Y no te dije que siempre he pensado que la grandeza de la gente no se ve en el coche que conduce, ni en los ceros de su nómina, ni en las mujeres que se lleva a la cama, sino en cómo es mirado por un hermano pequeño. No te dije que en los ojos de tu hermano Federico veo admiración, respeto y cariño.

Y no te dije que estoy seguro, segurísimo, que tu hermano Niccoló te mira igual, con los mismos ojos, desde el palco que tiene ahí arriba, en la curva blanquiazul.

Tan blanquiazul como los colores de la Lazio.

No dije ninguna de estas cosas. Pero que sepas que las pensé. Espero que me perdones el retraso.

Un abrazo y dale un baccio a Santa Teresa de mi parte. Que bastante va a tener la pobre con aguantarte durante los próximos años.

No olvidaré jamás tu boda. De hecho, voy a empezar ahora mismo a tomar Omega 3 para acordarme.

Tu amigo,

El guardián entre el centeno

A David, Mata, Josepe, Juanra&Lola, Recio, Camarón, Loyola&Javi, Charly&Carmen, Adrián, los Pepes y al resto de la tropa y sospechosos habituales. Vais a acabar conmigo, malditos.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 57

Trending Articles