Supongo que ya nadie me explicará el origen de los huevos Benedictine. Ni me cogerá del brazo por las calles de otoño como en esa portada de Bob Dylan. Nadie me llenará la cabeza de nombres de amigas y de nombres de novios de amigas y de nombres de amigas de amigas de amigas para que se me olviden a los pocos días. Y desaparecerán de mi vida los altramuces y conceptos como "fobiabilidad".
Y volveré a andar solo. Porque solo, solo de sin tilde, solo se anda a tu ritmo y no tienes que esperar a nadie. Y volveré a nadar solo. Porque nadar es lo mismo que andar pero con una letra al revés. Y, bueno, en el agua. Aunque hay un señor muy pesado en mi piscina que insiste en andar en vez de nadar cuando compartimos calle por no sé qué excusa de su rehabilitación y una cadera rota.
La Ley de Murphy querrá que coincidamos (tú y yo; no el pobre señor de la piscina y yo) algún jueves de finales de septiembre o a comienzos de octubre en la inauguración de un restaurante etíope o de una tienda de mecedoras de segunda mano o en la última hipsterada que se le ocurra a una agencia de comunicación de nombre ingenioso. Y vendrás a saludarme y seguirás inexplicablemente morena y vendrá a mi cabeza Azul casi luz de la Costa Brava.
Ella vino a mí brillando como el sol que se oculta en septiembre.
Y será un desastre: dos personas atrapadas en un claustrofóbico ascensor de paredes invisibles. Y empezaré a tartamudear y a hacer aspavientos con las manos, como si alguien hubiera prendido fuego a la manga de mi jersey. Y logorreico perdido dispararé preguntas estúpidas. ¿Te apuntaste al final a Crossfit? ¿Qué te pareció Boyhood? ¿Encontraste un piso en la calle Piamonte? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados? Y se me pondrá la boca seca como siempre se me pone en cuanto me agobio por algo de lo que soy el responsable.
E iré a la barra improvisada, con cajas de frutas a modo de estantería y ristras de bombillas por todos lados, como si estuviéramos en una boda folk en el granero de una familia de Kentucky, y pediré una copa de vino blanco al camarero con tatuajes originales en el brazo, vestido de El Ganso, y que se parecerá inquietantemente al barbas del anuncio de Trivago (¿soy yo o veo a este tío por todos lados? ¿Es, quizá, el hombre que hace todo en España?).
Y me beberé la copa de vino, no tan frío como me gustaría, casi de un trago, probaré eso que parece salmón y fingiré reírme con el comentario supuestamente ingenioso de ese espontáneo que coge una brocheta de pollo teriyaki a la paciente camarera, algo novata a juzgar por la forma de manejar la bandeja, y que lleva oyendo tonterías toda la noche mientras intenta ahorrar un poco de pasta en la empresa de catering de su hermana mayor para pagarse un vuelo en el puente de diciembre a Nueva York. Y de pronto sentiré al mismo tiempo una tristeza inmensa y ganas de escuchar Time to pretend de MGMT, concretamente la estrofa: Let´s move to Paris, shoot some heroine and fuck with the stars.
Y, aunque sea algo que odie, aunque vaya contra mis principios más sagrados, me acercaré al DJ encargado de "amenizar la velada" (sí, hay gente que sigue diciendo velada) y se la pediré un momento, así por lo bajini y mirando de reojo, como si le estuviera pidiendo la respuesta a una pregunta de un examen de física del colegio.
– No puedo. Es muy 2008, tío.
– ¿Qué?
– Que esa canción. Que es muy de 2008. Que está muy pasada
– ...
– ...
– ¿En serio?
– Sí, tío, en serio. No puedo
– ¿Pero te estás oyendo hablar ahora mismo?
– Sí.
Y, en fin, desearé salir disparado de ahí y dejar a DJ Tiest atrás y largarme a mi casa subido en esa máquina que alcanzaba los 500hm/h que usaban Charlie Sheen y Nastassja Kinski para escapar en Velocidad Terminal, un thriller noventero bastante absurdo que siempre me encantó y en el que el malo era (spoiler) James Gandolfini, sí, el de Los Soprano, y llegar a mi casa, apagar el móvil y ponerme a ver el último capítulo de Broadchurch, pura droga dura, y que me encantaría recomendarte pero a lo mejor piensas que de qué árbol se ha caído este cretino mandándote un whatsapp para que veas una serie después de toda esta escenita lamentable.
Así que saldré a la calle solo, solo de sin tilde, y pediré un café solo, solo de sin tilde y solo de con tilde, en el bar más cercano. Y pediré un segundo café. Sonará Azúcar Moreno en Radio Olé de fondo. Todo muy 2002, pensaré, parafraseando a mi amigo el DJ. Dudaré un instante y me meteré en Wikipedia en el iPhone para corroborar de qué año es ese single de Azúcar Moreno. Y, sí, Divina de la muerte es de 2002. Y ya podré morirme tranquilo.
Buscaré un taxi, con el otoño a la vuelta de la esquina y el viento susurrándome "¿qué hay de nuevo, viejo?".
Y mirando por la ventanilla llegaré a la extraña conclusión de que a tu lado soy como poner de fondo a unas plantas coloridas y llenas de vida un disco de Nacho Vegas para que crezcan: la teoría está bien, la práctica no. No sé Christina, yo, yo estoy de acuerdo contigo en teoría, pero en teoría funciona incluso el comunismo, en teoría. Y me atravesará la espantosa certeza de que soy yo. Que soy esa exótica chaqueta gambardelliana que me compré en un arrebato primaveral y que no pega con nada y que al final termino dejando colgada en el armario.
Y si esto fuera una película de cine negro, al llegar a casa me serviría un par de dedos de whisky sacados de la mesa de mi despacho y abriría la ventana mientras se cuelan sirenas de policía, el rumor de un local de un jazz y el olor de los puestos de comida, pero ni yo soy Sam Spade ni esto es Los Ángeles ni tú tienes alas, así que sacaré del frigorífico leche semidesnatada, me tomaré un par de galletas Dinosaurus, me pondré el último disco de Counting Crows, que es una barbaridad de discazo, y leeré un libro aleatorio hasta quedarme dormido con la luz encendida por miedo a que vengas a ajustar cuentas en mis sueños.
Y volveré a ir a nadar y el señor que anda y no nada en mi piscina me verá pensativo en el banco de la piscina y me dirá: No le des tantas vueltas, chico. Sea lo que sea, seguro que no es tan grave. Y me tocará amistosamente el hombro.
Y yo me sentiré culpable por haberle odiado en secreto.