Quantcast
Channel: Manual de un buen vividor
Viewing all 57 articles
Browse latest View live

Los leones de nuestros sueños

$
0
0

"Así que si hoy amaneces, y los pies te están doliendo
es porque estuviste toda la noche caminando por mis sueños"

Taberneros – Nacho Vegas

Una noche del verano pasado,  fondeados cerca de la isla de Vis, no conseguía dormir por el insufrible calor en mi camarote y unos vampíricos mosquitos que consideraban mi sangre como algo parecido a néctar de los dioses. 

Salí a la cubierta del barco. Hacía una noche estupenda y las estrellas parecían chinchetas sujetando un inmensa cartulina azul marino. Una estampa de postal de no ser por el repugnante olor que emanaba el abajo firmante tras embadurnarse, en un acto de desesperación y enajenación transitoria, con una cantidad de repelente de mosquitos suficiente para espantar insectos, aves, mamíferos y cualquier especie subacuática en un radio de 400 kilómetros.   

Abrí una botella de vino blanco que había comprado esa misma tarde a un tal Drislav, un simpático exmilitar reconvertido en bodeguero, capaz de matar a un oso con sus propias manos.

Me puse la primera copa y empecé devorar el libro que me había regalado mi buen amigo Coru, morantista, carbayón y una de esas personas cuya amistad es como tener siempre un as en la manga.

Se trataba del maravilloso libro sobre la vida de Juan Belmonte, ese torero que rompió moldes y que bailaba con la muerte cada vez que salía al ruedo.

En uno de mis capítulos favoritos, el libro cuenta la infancia de Belmonte en el barrio de Triana, cuando aún no era Belmonte, sino Juanito, un niño de 10 años, que malvivía, sin un duro partido por la mitad, como una especie de Lazarillo de Tormes, con la cabeza llena de pájaros y  el estómago rugiendo de hambre, gloria y sueños.

Tal era su afán de aventura, que empezó a devorar de forma compulsiva todos los libros de Julio Verne, Salgari, Sherlock Holmes que caían en sus manos: un día era un corsario surcando las aguas del Orinoco, al otro resolvía crímenes en Baker Street y a la mañana siguiente se despertaba convertido en un espadachín al servicio de la Reina de Inglaterra. 

Sin embargo, las aventuras que más le emocionaban, las que más lejos hacían volar su imaginación, eran aquellas que versaban sobre valientes exploradores que cazaban fieros leones en las inhóspitas selvas africanas. Aquellos cazadores que miraban a la bestia a los ojos y, con sangre fría, la derribaban de un certero disparo justo cuando algún inocente estaba a punto de morir despedazado bajo sus garras.

Juan, descalzo y con la cara sucia, se moría de la emoción al recorrer con el dedo la tinta de estas páginas. 

Un buen día, con la imaginación saliéndole por las orejas, convenció a un amigo igual de loco, fantasioso e insensato que él, para irse a cazar leones al "África salvaje". Consultaron mapas, hicieron cálculos, robaron las monedas que la gente dejaba en los cafés, empeñaron sus escasas pertenencias, compraron un par de rifles absolutamente inservibles, hicieron un petate y se pusieron en marcha.

Como un Quijote y un Sancho en miniatura.

Estuvieron andando varios días, bajo las estrellas, sin más compañía que algunos siniestros cuervos, tragando polvo, muriéndose de calor por el día y temblando de frío por las noche, maldurmiendo en establos, compartiendo pulgas con caballos y cerdos, ardiendo de fiebre y añorando sus familias.

Pero sin desfallecer. Porque rendirse no era una opción. Porque tenían que llegar a África y cazar leones. Como fuera.

No les resultará una sorpresa si les cuento que lo más lejos que llegaron los pobres infelices fue a Cádiz. Tampoco les sorprenderá si les digo que eso no es precisamente el África salvaje. Y nadie se llevará las manos a la cabeza si les aseguro que aquellos niños nunca encontraron leones por la Tacita de Plata.

Pero lo que tal vez no sepan, lo que puede que les sorprenda es que, lejos de volver a casa derrotados, avergonzados y con la cabeza gacha ante el evidente fracaso de su empresa, aquellos dos niños volvieron encantados, satisfechos y henchidos de orgullo.

Porque cuando estaban a punto de rendirse, muertos de hambre y calor, tras subir una interminable cuesta, descubrieron ante sus ojos el inmenso mar de Cádiz extendiéndose bajo sus pies, como una inmensa alfombra azulada. Ese mar que jamás habían visto y del que tanto habían oído hablar. Ese mar cuyo olor "se les metía por el sentido".

Y es que, a veces, una imagen vale más que mil leones.

"No habíamos conquistado el África salvaje, no habíamos cazado leones. Pero sabíamos ya cómo era el mundo. Le habíamos perdido el miedo. Teníamos sus secretos. Ya lo conquistaríamos"

Hay pocas cosas que tengo claras en esta vida. Pero una de ellas es que todos tenemos leones que perseguir, los leones de nuestros sueños, esos leones camaleónicos, que son los más fieros y díficiles de cazar, esos que a veces adoptan otras formas: leones en forma del último examen de la carrera, leones en forma de vacaciones de verano, leones en forma de oposición, leones en forma de esa novela que empezaste a escribir y dejaste aparcada, leones en forma hacer la maleta e irte a trabajar fuera, leones en forma entrevistas de trabajo, leones en forma de chica que no te quitas de la cabeza, leones en forma de proyecto de fin de carrera.

Porque una cosa es perseguir leones y otra, marear la perdiz. Que puede parecer lo mismo, pero es muy distinto.

Ustedes persigan sus leones que yo les aseguro que estaré persiguiendo los míos.

Puede que con más pena que gloria.

Puede que en vez de llegar a Kenia, acabe en Cádiz, comiendo pescaíto frito en lugar de cazando leones y escuchando fandangos en vez de rugidos.

Pero siempre, siempre, siempre habré aprendido algo por el camino.


Sara, tu nombre me sabe a hierba

$
0
0

Sara, smile
Won't you smile a while for me?
Sara, Sara

Rumer Sara Smile 

Acabada la Eurocopa, uno tiene la sensación de que Sara Carbonero ha sido el jugador número 12 de la selección, ese gambeteador de regate eléctrico que nunca es de la partida pero que el entrenador saca al campo para desatascar y revolucionar un partido encasquillado.

Si el encuentro está siendo infumable, basta con que las cámaras enfoquen unos segundos la piel aceitunada de Sara, pegada a la banda como los extremos de antes, para caldear al ambiente: el público masculino se viene arriba, las chicas opinan sobre su outfit, el camarero del bar la piropea con esa elegancia adquirida en el andamio y algún amigo me agarra del codo, derramando su gin tonic, para soltarme en un ataque de efusividad, como quien acabara de entender el Teorema de Fermat: Dios, es que esta tía está muy buena.

No deja indiferente a nadie. Si la música amansa a las fieras, Sara tiene el efecto contrario: con un simple abrir y cerrar de sus ojos de gata sería capaz de transformar a los osos amorosos en fogosos sementales.

Porque Sara Carbonero es una chica de las que van por la calle y hasta las farolas se dan la vuelta. Y esto es así, compadre.

 

Y esto es así y molesta en este patio de vecinas que a veces somos en esta España mía, esta España nuestra, la de la envidia, la del Aquí hay tomate, la del vuelva usted mañana, la del pan y circo, la de Urdangarines on the rocks y éxitos regados con Freixenet en vasos de plástico, la del político de turno metiéndose un tiro de farlopa en los baños del Hot con un talego de cien euros mangado del Ayuntamiento.

Porque no se puede negar que somos un país que busca el morbo. Sólo así se entiende que durante la Eurocopa todo el mundo estuviera cruzando apuestas, como si estuviéramos en el Saigón de El Cazador con Robert de Niro y Christopher Walken jugando a la ruleta rusa, esperando a que Sara Carbonero metiera la pata, Torres fallara otro gol o Ramos mandara el penalti a San Petersburgo. Así semos.

Eso es lo que me estomaga: la fascinación que encontramos viendo cómo ardemos todos en nuestra particular hoguera de las vanidades. Somos Nerón tocando el arpa mientras Roma se consume llamas.

No he visto jamás a Sara Carbonero en un telediario. No me entusiasman las entrevistas que hace a los jugadores y vive Dios que me reí con muchas de las ocurrencias en Twitter con el ya célebre Gracias Sara. Pero de ahí a las salvajadas que se han podido oír sobre su trabajo y su persona, hay un abismo.

Ladran, luego cabalgamos le decía Quijote a Sancho. Con Sara ladran, aúllan y hasta alguno saliva cual perro de Pavlov.

Escribe Manuel Jabois en este magnífico artículo que no hay que ser precisamente Gay Talese para responder a las absurdas preguntas que le formulan los casposos Paco González y compañía. Y puede que esté ahí el Macguffin de la cuestión, en que la papeleta de Sara no es fácil, precisamente, porque sus aportaciones a pie de campo, por suerte o por desgracia, no interesan a nadie, salvo tal vez al sociópata encargado de recopilar las estadísticas de los partidos de La Sexta, el de "es el decimocuarto jugador brasileño de la Liga que mete un gol de falta directa siendo Piscis".

Hay quien se rasga las vestiduras en nombre del periodismo y señala a Sara como culpable de todos los males e injusticias del gremio y, sin embargo, mira a otro lado cuando tipos como Cebrián se están levantando un astronómico bonus con su empresa a la deriva y despidiendo a cientos de trabajadores mientras, encima, se permite dar discursos moralistas en Jot Down sobre los valores del periodismo, los políticos y la sociedad. Tiene bemoles el tema. Por no decir cojones.

A mí, sinceramente, me da igual que Sara diga obviedades, que anuncie un champú para el pelo o que su novio sea el portero de la selección.

A mí lo único que me importa es que ahora, cada vez que hablo de ella, su nombre me sabe a hierba, a las briznas de los campos de Johannesburgo y de Kiev, esos estadios en los que fuimos los mejores, en los que nos coronamos reyes de Europa, del Mundo, del mambo y de la puta baraja.

Su nombre me sabe a victoria, me sabe a fútbol, me sabe a minuto 116 y me sabe a gloria.

Su nombre me sabe a napalm por la mañana.

Su nombre me sabe a hierba.

Lo que no te dije en aquel discurso

$
0
0

Querido Giorgio,

Me imagino que mientras escribo estas líneas, muriéndome de calor en mi piso de Madrid, tú estarás disfrutando de una puesta de sol en Positano, fumándote un Behike en el hotel San Pietro, tras haber dado buena cuenta de una cena con pescado fresco y vaciado un par de botellas de vino, junto a tu ya mujer, la encantadora Tere.

Tú en la Costa Amalfitana, livin´la vida loca con tu mujer y yo en Madrid, con el Bosón de Higgs.

Hay que joderse. 

Porca miseria.

La razón, amigo mío, por la que ahora te escribo estas palabras no es otra que para tratar de saldar un pequeño ajuste de cuentas que tenemos pendiente. Ya sabes: cuentas claras, amistades largas.

El pasado viernes en Roma, un día antes de casarte, cenando todos en el genial Checco Er Caretierre, en la misma terraza donde solían ponerse hasta las cejas de ostras Gabo García Márquez, Muhammad Ali y De Niro, me pediste a traición, con nocturnidad y alevosía, que diera ahí mismo un pequeño discurso por vuestra boda.

Quizá sufrí de cierto miedo escénico. O tal vez fuera la media botella que llevaba encima de Limoncello, que te golpea en la cabeza con la suavidad de un bate de beisbol. O puede que, en el fondo, sea un poco tímido o que no hago caso al médico y no tomo el maldito Omega 3, que tanto me recomienda para la memoria. 

La cuestión es que me faltaron muchas cosas por decir en aquel improvisado discurso.

Y yo, que soy muy de saltar al ruedo a toro pasado, aquí me tienes, con algo de retraso y por escrito, tratando de decirte todo aquello que no te dije en aquella calurosa cena en el Trastevere.

Sólo espero que no sea demasiado  tarde.

Se me olvidó, por ejemplo, hablar de aquel Italia- Eslovaquia que vimos en un rincón perdido de Murcia, en un restaurante en mitad de la absoluta nada, mientras os eliminaban del mundial y tú insultabas en italiano uno a uno todos los jugadores, al seleccionador, a lo comentaristas, al árbitro, a la madre del árbitro y a la abuela del árbitro, mientras el matrimonio que llevaba aquel restaurante nos miraba petrificado, seguramente pensando aquello que sospechaba el bueno de Obélix: "están locos estos romanos".

Se me pasó también mencionar, échale la culpa al limoncello, que espero sigamos por mucho tiempo calzándonos balas de plata a tumba abierta en tu querido Dry Martini de Barcelona, certificando en nuestras propias carnes eso de que dos martinis son pocos y tres, demasiados.

Y me fui esa noche sin decir que, aunque perdamos siempre, aunque nos muramos de frío jugando a las once la noche en pleno invierno y aunque la FIFA nos denuncie por atentar contra el buen fútbol, aquí sigues teniendo un espartano para los partidos de los miércoles, donde quiero seguir viéndote jugar a la italiana: haciendo faltas cuando no miran, fingiendo penaltis y dando la brasa al árbitro todo el santo partido.

No comenté tampoco que tú sí que deberías escribir un manual de un buen vividor, donde hablaras de todos esos restaurantes que descubres y que luego me cuentas, con todo lujo de detalles, que tengo que conocer porque "es fantássssssssssssssssstico", con tu cerradísimo acento romano.

Podría haber citado en tu honor (y para impresionar a la guapísima Ginevra) alguna frase de nuestro admirado Hemingway o podría haber contado aquella vez que te indignaste conmigo, haciendo ese gesto italiano de ma che cosa dice, cuando te dije que para mí tu querido "El viejo y el mar" no era más que un 7.

Tampoco dije, aunque esto ya lo sabes, que me gusta tu forma de ir por la vida, un all in continuo, un doble o nada, sin medias tintas, hablando claro siempre y poniendo un par de banderillas a este morlaco que es la vida. Y que espero algún día engañar a alguna insensata para que se case conmigo tan buena como Teresa.

No mencioné, maldita cabeza la mía, que guardo, como si se tratara del Códice Calixtino, aquel libro dedicado por Eduardo Mendoza que me regalaste una tarde de junio.

Y me quedé también sin decir que por tu culpa me he convertido en un tifoso de la Lazio y que me sorprendo a mí mismo poniéndome nervioso en un derbi contra la Roma o lo mucho que me divierte leer sobre aquella Lazio Salvaje del 74 de la que tanto habla Enric González.

No logré acordarme de decir que, al igual que yo, entre todos los monumentos de Roma, sientes predilección por el Panteón y la Iglesia de San Ignacio de Loyola. ¿Casualidad? No lo creo, amigo.

Y no pude describir lo mucho que me río cuando, de pronto, me llamas para decirme muy serio que has tomado la firme decisión de vestir el resto de tu vida únicamente con camisas vaqueras y trajes cruzados.

No mencioné, tal vez para no asustar a la pobre Tere, que te mataría cuando te pones a toquitear todo los botones de mi coche, como un hiperactivo niño de 10 años, o cuando no me dejas en paz hasta conseguir que te acompañe a probarte un traje, a hacer un recado al Corte Inglés o a comprar tu decimocuarto juego de palos de golf, tu nueva obsesión.

No te di las gracias por esos maravillosos rincones que siempre me descubres cuando voy a Roma. No mencioné la suculenta pasta Cacio e Pepe que me invitaste a probar en Da Felice, ni los bloody maries que ponen en el Bar del Fico, ni el famoso Dal Toscano, ni las crujientes pizzas de la Montecarlo, la pizzería de mi vida, ni el increíble L´Acquarella frente al lago de Trevignano.

Y no te dije que siempre he pensado que la grandeza de la gente no se ve en el coche que conduce, ni en los ceros de su nómina, ni en las mujeres que se lleva a la cama, sino en cómo es mirado por un hermano pequeño. No te dije que en los ojos de tu hermano Federico veo admiración, respeto y cariño.

Y no te dije que estoy seguro, segurísimo, que tu hermano Niccoló te mira igual, con los mismos ojos, desde el palco que tiene ahí arriba, en la curva blanquiazul.

Tan blanquiazul como los colores de la Lazio.

No dije ninguna de estas cosas. Pero que sepas que las pensé. Espero que me perdones el retraso.

Un abrazo y dale un baccio a Santa Teresa de mi parte. Que bastante va a tener la pobre con aguantarte durante los próximos años.

No olvidaré jamás tu boda. De hecho, voy a empezar ahora mismo a tomar Omega 3 para acordarme.

Tu amigo,

El guardián entre el centeno

A David, Mata, Josepe, Juanra&Lola, Recio, Camarón, Loyola&Javi, Charly&Carmen, Adrián, los Pepes y al resto de la tropa y sospechosos habituales. Vais a acabar conmigo, malditos.

Diez libros como diez soles

$
0
0

"Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre. Y dentro del perro está probablemente demasiado oscuro para leer" 

Groucho Marx

Para ser inmensamente feliz en verano sólo preciso de cuatro cosas: una Coca-Cola chisporroteante con mucho hielo, unas aceitunas, chicas en bikini con sólo alzar la vista y un buen libro.


Y luego, que salga el sol por donde quiera (pero que salga, por Dios).

Si tenemos ropa de verano, amores de verano, canción del verano, tinto de verano y hasta horario de verano, no parece descabellado pensar que nuestras lecturas también se pueden adaptar a la época estival.

De este modo, para mí, un Libro de Verano tiene que cumplir determinados requisitos:

a) Ligero: no es plan de ir a la playa o a una terraza cargando con los 7 volúmenes de "En busca del tiempo perdido" de Proust. Y no, créanme, no se liga más con alguna guiri haciéndote pasar por un intelectual leyendo a Kafka entre vermuts y tintos de verano. Les va más bailar tirándose sangría por encima al grito de "Johnny, la gente está muy loca". Comprobado.

b) Estructurado en capítulos: al estar yendo y viniendo todo el santo día, me gusta leer libros que pueda dejar aparcados en un capítulo determinado, y no en la mitad de un océano de palabras.

c) Tapas blandas: fundamental que sea manejable para las inverosímiles posturas que adopto leyendo en verano, ya sea tumbado en la playa, en una tumbona, haciendo la fotosíntesis en el jardín de algún amigo o tratando de sobrevivir a la resaca, tirado en la orilla de la playa cual ballena varada, mientras algún niño me toca con su cubo y rastrillo para comprobar que sigo con vida.

Aclarados estos puntos, procedo a dar 10 Libros de Verano, perfectos para leer entre chapuzones, terrazas y que considero una magnífica opción para estos días de descanso. Son de distintos géneros porque de todo tiene que haber en la viña del Señor.

Espero que lean alguno, que disfruten y ya saben dónde encontrarme para comentar impresiones.

1. El amor dura tres años Frédéric Beigbeder

El enfant terrible de la literatura francesa (yo no fui ni el enfant terrible de mi casa) escribió esta breve y demoledora novela, con un claro toque autobiográfico, en la que cuenta con su habitual talento no exento de cinismo su muy particular convicción sobre las relaciones: el amor sólo dura tres años.

Un mosquito vive un día, una  rosa tres días. Un gato, trece años, el amor, tres. Así son las cosas. Primero hay un año de pasión, luego un año de ternura y, finalmente, un año de aburrimiento.

El primer año, uno dice: "Si me abandonas, me MATO"

El segundo año, uno dice: "Si me abandonas, lo pasaré muy mal pero lo superaré"

El tercer año, uno dice: "Si me abandonas, invito a champán"

Que estén de acuerdo o no con este francés loco es lo de menos. Es un libro divertido y descarnado, con algunas frases memorables que le harán pensar.

¿Y ustedes? ¿Piensan el amor dura más de 3 años?

2. Siempre el mismo día  Dave Nicholls

Me compré este libro en el aeropuerto de Atenas únicamente porque Nick Hornby hablaba bien de él en la portada. Y el bueno de Nick tampoco me falló en esta ocasión. Me pasé todo la noche en vela, enfrascado leyendo la historia de Emma y Dexter, dos buenos amigos de la universidad, narrada a través del 15 de julio de cada año. Si pueden, léanlo en inglés.

Por cierto, hace poco hicieron una espantosa película, protagonizada por la insulsa

Durmiendo con la novia del mar

$
0
0

Santander, eres novia del mar
Que se inclina a tus pies
Y sus besos te da.

A los 18 años hice las maletas, con cuatro camisas, una raqueta de tenis con la que he jugado la abrumadora cifra de 7 partidos (a mí también me sorprendió que no me llamasen para sustituir a Nadal como abanderado), las cartas de una chica que se olvidó de mí a los 3 meses, mi libro de "El guardián entre el centeno" y salí disparado de Santander hacia una ciudad que me enseñaba las piernas prometiéndome que lo íbamos a pasar bien. Pongamos que hablo de Madrid.

Siempre he pensado que las ciudades son mujeres. París es esa señora elegante con un tren de vida demasiado alto y que siempre acaba con un fulano con un Aston Martin. Roma es tan loca, espontánea y anárquica como guapa, misteriosa y repleta de lunares por descubrir. Lisboa es esa chica que te enamora porque sí. Madrid es la vecina revoltosa, divertida y siempre con ganas de jarana. Nueva York es un huracán de 18 años y largas piernas con la que no duras más de 3 meses, pero oye, qué 3 meses.

Y tú, Santander, puede que no seas la más guapa del mundo pero eres más guapa que cualquiera. Tienes mal carácter y muchas veces te ronda la cabeza una nube negra y te da por lanzar truenos y relámpagos. Pero, ay amiga, cuando quieres, cuando te da la real gana, eres la mejor. Tan insuperable y tan perfecta. Lástima que tu novio fue, es y será el mar, y contra ese cabrón de ojos azul verdosos jamás podré competir. Porque hasta yo me enamoro de él.

Y siempre acabo volviendo a tu lado. Tarde o temprano. Como el que manda un whatsapp a las 5 de la mañana a una exnovia. Me inyectaste tu veneno de salitre y no importa dónde esté que siempre vuelvo como un boomerang para terminar la noche bailando un vals contigo en la Plaza de Cañadío, pisando los cristales de las copas y botellas caídas en combate, mientras el cielo cae sobre nuestras cabezas, el Racing de Radchenko y la economía se hunden y María Blanchard nos pinta con su pincel desde algún lado.

Y siempre acabo volviendo a mi cuarto, donde suena todo trapo el Blonde on Blonde de Dylan entremezclado con los graznidos de alguna gaviota despistada mientras Tintín, Astérix y Obelix vigilan mis sueños.

Un buen día en Santander (leer con la canción "Un buen día" de los Planetas sonando a un volumen ridículamente alto)

10:00 -11:00 

Despertarte e insultar a las gaviotas, agitando el puño, con descalificativos que harían palidecer al mismo Capitán Haddock. Meter la cabeza debajo de la almohada. Cambiar de postura. Seguir durmiendo.

11:00-11:30 

Ducha y desayunar un sobao de Máximo Gómez (Paseo de Pereda, 7). Un sobao de verdad, un sobao pasiego, de esos que absorben un litro de leche nada más sumergirlo en el vaso, mientras se lee tranquilamente los chismorreos de fichajes en El Marca de verano o alguna columna veraniega de Gistau, Montero Glez o Elvira Lindo.

Ni magdalena proustiana ni historias. Un sobao de Máximo Gómez sí que te devuelve a la infancia. 

12:00 – 13:00

Partido de fútbol en la playa de El Sardinero seguida de un baño en sus aguas frías (el mejor remedio que conozco para combatir la resaca).

Mi depurada técnica con el balón fue pulida en la arena mojada de El Sardinero, jugando descalzo o con los famosos pinkis sujetados con rudimentarias tobilleras (algunos sabrán de lo que hablo). 

Jugar a las palas. A las palas de verdad, palas macizas, de las que pesan y suenan a hueco cuando das a la pelota de tenis. Nada de esa horterada de diminutas palas envueltas en  una redecilla con un bola de plástico de algún estridente color. Eso no son palas. Eso es una aberración que debería estar tipificada por el código penal.

13:00 -14:30

Aperitivo, qué magnífico invento.

En el Paseo Pereda, Las Hijas de Florencio, El Diluvio o Casa Lita son sitios estupendos en los que hacer una parada técnica y disfrutar de unos pinchos. Si se tiene tiempo, una escapada al Faro de Cabomayor (parada obligatoria según mi amiga Ángela) para tomar unas rabas es un plan perfecto.

14:30

Comer en El Marucho

Se trata de un restaurante pequeño, con mantel de papel, pocas mesas y, para mí, el mejor pescado de la zona. Aquí no se reserva, aquí se va y se espera en la barra picando algo hasta que te sientan. Y entonces, pides rabas, salpicón de langostinos, pudin de cabracho y centollo. O bogavante, que un día es un día.

En estos tiempos que corren de gastrobares y fusiones multiculturales, se agradecen restaurantes como El Marucho, donde hasta lo gintonics saben a mar y la camarera te estampa un sonoro beso -muaka- cuando te ve.

Autenticidad, qué bonito nombre tienes.

Vayan, pregunten por Maite que es un sol y péguense un buen homenaje.

16:00 – 19:00

Más playa.

A mí me gusta ir a la playa de El Puntal. Súbanse en una de las lanchas que cruza La Bahía y estarán en esta maravillosa playa en cuestión de minutos. Si quieren, pasen el día aquí desde el aperitivo y llévense bocadillos para comer. 

Un bocadillo en El Puntal es como tomarse un Dry Martini en el Harry´s Bar con Ava Gardner del brazo. Canela en rama, oigan.

19:00 -19:20

Helado

Tomar un helado a media tarde, a la vuelta de la playa, es algo de carácter mandatorio. La rivalidad entre los defensores de las dos principales heladerías de Santander (Regma y Capri),  separadas ambas por escasos metros, está al nivel de la que hay entre aficionados al Real Madrid y al Bara.

Yo, fuera máscaras, soy defensor acérrimo de Capri (calidad sobre cantidad siempre) pero confieso que alguna que otra vez soy tentado por el descomunal helado de mantecado de Regma. Ya saben que soy un hombre sin principios y que me vendo fácilmente por una sonrisa, una copa o, en este caso, por un helado de mantecado.

Pd: ni se les ocurra pedir helado con tarrina. Se empieza tomando el helado en tarrina y se acaba llevando riñonera.

Cucurucho. De toda la puta vida.

22:00

Cena en Deluz (C/ Ramón y Cajal, 18)

Se trata de una casona que han reconvetido en restaurante con un impecable buen gusto. Si hace buen tiempo, pueden cenar al aire libre disfrutando de su magnífico jardín.

00:30

Copa. Bueno, copas.

Río de la Pila – Cañadío – BNS. Memoricen esta ruta.

A fuego. Sagrada. Inalterable.

Todos los caminos llevan al BNS.

En Cañadío, El Bogart (lleno de fotos del bueno de Humphrey, por supuesto)  y El Ventilador son mis favoritos.

Y en el BNS, en fin, en el BNS la única regla es que no hay reglas. Crucen el Rubicón, Alea jacta est, bailen hasta el amanecer y acaben dándose un baño en las aguas del Sardinero para bajar las copas (eso sí, vigilen cartera y móviles, no me sean pardillos)

06:45

Kebab: hasta el momento, el Kebab de Santa Lucía, es el mejor kebab que he probado en Europa, seguido de cerca por uno que probé hace 6 años en Londres cerca de Victoria Station y otro en Mikonos. Y esto es así. 

Volver del BNS y calzarte un kebab mientras filosofas sobre lo humano y lo divino con tus amigos, tratando de explicar que te has enamorado perdidamente de una santanderina que bailaba en el BNS, es tocar el cielo con las manos

07:00

Váyase a la cama no sin antes dar las buenas noches al mar.

07:30

Beba mucha agua y rece tres padrenuestros para que la resaca sea leve y las putas gaviotas cierren el pico a la mañana siguiente.

El guardián entre el centeno

@guardian_el_

(*) La bonitérrima foto que ilustra el blog es obra de la señorita Alejandra Casado.

Abierto hasta el amanecer

$
0
0

Y no estaba muerto, no, no.
Que estaba de parranda.

Tras unos días de retiro espiritual (ejem), vuelvo a abrir las puertas de este bar. De nuestro bar.

Espero que me hayan echado de menos.

Giro la llave y abro, de par en par, las puertas de este bar de calaveras, balas perdidas, pianistas en paro, kamikazes enamorados, soñadores con insomnio, cenicientas buscando sus Louboutin, románticos en peligro de extinción, mujeres fatales, buscadores de perlas, toreros de salón, devoradores de libros, vividores, cierrabares, tahúres, verbenas, trileros, canallas, cabareteras sin oficio ni beneficio, crupiers y demás gente de mal vivir, que no es otra cosa que nuestro buen vivir.

Vuelvo a sacar brillo a esos vasos anchos en los que tantos gin tonics nos hemos servido, sin mesura ni control, como hay que servirse las copas. Luego enciendo las lámparas de araña que iluminan tenuamente las paredes desconchadas de este nuestro cuartel general. Paso la bayeta por la barra de madera, maciza, desgastada, sobre la que se han garabateado algunos teléfonos a última hora de la noche o a primera hora de la mañana y tantas historias con aliento a whisky se han desbrozado. Devuelvo los taburetes a su hábitat natural, el suelo, ese suelo que me tienen ustedes machacado de bailar hasta las tantas canciones bonitas. Bajo a la bodega y compruebo, con cierto alivio, que quedan tantas botellas de vino por abrir como días en ese calendario que no tengo en la pared.

Y cuando todo vuelve a estar en orden, cuelgo por fuera el cartel de ABIERTO HASTA EL AMANECER y pongo algo de música. Primero un poco de Lou Reed, con esa voz de alguien que se ha paseado por el lado salvaje de la vida,  para calentar las almas mientras me sirvo la primera copa.`

Esperando tras la barra, limpiando los últimos vasos, van entrando, poco a poco, caras conocidas en el bar y alguna que otra nueva.  Bienvenidos, hijos del Rock and Roll. Les estaba esperando.

Ellos entran estruendosos, como elefantes en una cacharrería, se dan sonoros abrazos, hablan fuerte y se aflojan el nudo de la corbata. Ellas pasan sin hacer ruido, sin que nos demos cuenta, sutiles, como el olor de una melena al pasar por la calle, como gatas, como la marea cuando sube.

Me preguntan, tímidas, si está abierto el bar. Para ustedes, siempre, señoritas. Para ustedes, siempre.

En el fragor de las copas, enseguida unos empiezan a poner canciones. Otras bailan encima de la barra. Carcajadas. Holly bailando sola y descontrolada. Charcos de ginebra. El sonido del ventilador. Guiños. Historias de viajes de verano. Nuevos restaurantes. Miradas perdidas. ¿Has visto ya The Newsroom? Preparativos para nuevos viajes. Libros que comentar. Tienes que venir conmigo a este sitio a tomar el aperitivo . ¿Te sacaste las entradas para Bon Iver?

Ah... Hogar, dulce hogar.

Pónganse sus zapatos que empieza el baile.

Y quédense un rato, que a esta ronda invito yo. Lo pasaremos bien. Muy bien. 

Tengo muchas cosas que contarles.

¿Qué les pongo?

 

Hubo un tiempo...

$
0
0

Hace unos días en Mallorca, a eso de las tantas, en la terraza de una discoteca de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, una chica morena, muy guapa, con un par de eclipses por ojos, apuraba su cigarro mientras me decía:

No me puedo creer que no tengas Facebook. Tienes que abrirte una cuenta. Pero ya. Sin Facebook, hoy en día, es como si no existieras.

En honor a la verdad diré que, en ese preciso instante, me habría abierto cuenta en Facebook, alistado en una brigada de paracaidistas en Afganistán y vendido mi alma al diablo si ella se hubiera quedado un rato más.

Pero se acabó yendo.

Siempre se acaban yendo.

Al día siguiente, esperando de empalmada en el aeropuerto de Palma mi vuelo (una experiencia tan placentera como beber lejía), me puse a mirar mi iPhone y a pensar en lo que me había dicho aquella chica morena sobre Facebook y en lo mucho, muchísimo, que ha cambiado nuestra forma de comunicarnos en apenas unos años.

La estampa debía ser tremenda: servidor, con las gafas de sol puestas, una resaca monumental, mirando absorto durante 10 minutos su teléfono con la misma cara que pone House cuando descubre que su paciente no tiene realmente lupus, sino alguna otra enfermedad rarísima. 

Hace no mucho, las cosas eran diferentes. No sé si mejores o peores. Pero diferentes.

Hubo un tiempo en el que para invitar a una chica al cine tenías que armarte de valor, descolgar el teléfono y llamar a su casa. Aquello era una prueba de fuego. 

Yo, que siempre he sido muy imbécil para estas cosas, iba a enamorarme continuamente de chicas con el mismo modelo de padre: muy serio, con bigote, voz ronca y de nombre Leopoldo, Aquilino o algo similar, cazador y con cabezas de corzos en el salón de casa. Muy tranquilizador todo. 

Llamar por teléfono era una experiencia dantesca. Marcabas el número y esperabas respuesta, con el corazón galopando en el pecho como un corcel árabe:

- Dígame - y ahí estaba Leopoldo, con ese inconfundible tono de "me acabas de levantar de la siesta, bastardo".

- Mmm...Holaquétalbuenastardescómoestá... ¿Podría hablar con Paloma, por favor? – y ahí estabas tú, rezumando pánico.

- ¿Con Paloma?  – pronunciado muy  l e n t a m e n t e. Con voz de psicópata. Con esa mezcla entre Hannibal Lecter y Darth Vader. Como si de repente no le sonara de nada el nombre de su hija. Paloma. Como si les estuvieras preguntando por el ave. Como si le estuvieras hablando en puto latín. Relamiendo las palabras. Una a una.

Y cuando por fin lograbas hablar con la chica en cuestión para ir al cine, te imaginabas a su padre, sentado en una mecedora a escasos centímetros de ella, haciendo como que estaba a lo suyo, sacando brillo a su rifle automático de cazar ciervos y ajustando la mira telescópica, por si se te ocurría la genial idea de volver tarde con su hija.

Es innegable que los móviles han supuesto una bendición para aquellos que, como yo, estaban dispuestos a pasar una vida de celibato y contemplación con tal de no tener que lidiar con más Leopoldos y Aquilinos. Mi primer móvil fue una liberación. Era dueño de mi destino. Era el rey del puto mambo.

No obstante, de un tiempo a esta parte, estoy empezando a sentir auténtica reticencia hacia el móvil, Whatssapp, Facebook y demás redes sociales, que para mi gusto, se nos han ido un poco de las manos. Evidentemente, esto no quiere decir que de repente haya abrazado el ludismo, ni que me comunique mediante paloma mensajera, ni que me baste con una botella de whisky y morder un palo cuando me van a operar de algo. Pero sí que me siento ligeramente abrumado y sobrepasado por todos estos avances.

Y me invade cierto ataque de nostalgia.

Hubo un tiempo en el que podías salir por la noche y hacer el canelo tranquilamente, sin temor a que nadie armado con una cámara digital te inmortalizara, con la mandíbula desencajada y los ojos inyectados en sangre, bailando La Mayonesa a las 5 de la mañana, para colgarla al día siguiente en Facebook, dejándote a los pies del escarnio público.

Hubo un tiempo en el que grababas gloriosas cintas TDK de 90 minutos a la chica de turno te encantaba, mediante un proceso artesanal milimetrado, que requería varias horas y una concentración máxima, con esas canciones de R.E.M, Extremoduro, New Radicals o Los Planetas que te tenían obsesionado, en vez de colgar en su muro de Facebook el Tacatá.

Hubo un tiempo en el que no te inundaban con todo tipo de mails a todas horas, que estés donde estés te llegan correos que burlan todos los filtros posibles, para comentarte temas tan trascendentales como el remedio definitivo para combatir la disfunción eréctil. 

Hubo un tiempo en el que se quedaba para tomar el aperitivo o echar unos tragos para hablar con tus amigos de un partido de fútbol o preparar un viaje, en lugar de esos infames e interminables grupos de Whatsapp.

Hubo un tiempo en el que no te rompías la cabeza por si te aparecía En LíneaEscribiendo y no reaccionabas como un perro de Pavlov ante el parpadeo de la Blackberry.

Hubo un tiempo en que no se acababa el mundo si se caía el sistema de estos cacharros.

Hubo un tiempo en el que el Doble Check no era Dios.

Hubo un tiempo en el que no necesitabas consultar la estrategia militar del Arte de la Guerra para invitar por Whatsapp a una copa a una chica.

Hubo un tiempo en el que tu felicidad no dependía de un par de  tics.

Hubo un tiempo en el que nadie te controlaba la hora a la que dejabas de mirar el móvil para irte a dormir.

Hubo un tiempo en el que mandabas 160 balas en forma de sms, que te hacía ser más selectivo y perder menos el tiempo.

Hubo un tiempo en el que nos molestaba que "nos etiquetaran", que nos metieran en redes y que todo el mundo supiera tu localización exacta.

Hubo un tiempo en el que no necesitábamos que un programa informático nos recordara felicitar a un amigo por su cumpleaños, como octogenarios que necesitan ser avisados para tomar la pastilla.

Hubo un tiempo en el que para olvidar a una chica, sólo tenías que guardar las 4 fotos en un cajón (o en una chimenea encendida) y matarte a copas, sin preocuparte de tener que borrarla de Facebook, Twitter, Tuenti, Linkedin y de otras 567 redes sociales. 

Hubo un tiempo en el que no precisábamos de un aplicación en el teléfono hasta para hacernos una tortilla de patatas.

Hubo un tiempo en el que llegaba a casa angustiado, pensado "¿me habrá llamado?" "¿me habrá llamado?", y nada más entrar en casa preguntaba a mi padre, que estaba leyendo el Expansión:

- ¿Me ha llamado alguien?

- Sí, ha llamado una chica preguntando por ti. Claudia.

- ¿Claudia? ¿Claudia? ¿Qué Claudia?

- Claudia. Claudia Schiffer.

Y seguía leyendo el Expansión, partiéndose de risa (y yo caía una y otra vez. Las hormonas no me debían dejar pensar con claridad)

Lo sé. Sé que todas estas cosas han supuesto un avance maravilloso y que nuestra vida es mucho más cómoda con ellas. Lo sé. Adáptate o muere y todas esas historias.

Pero les confesaré que yo, de vez en cuando y de cuando en vez, echo de menos esos latidos retumbando en el pecho al compás del tono del teléfono fijo de aquella chica, mientras pensabas por favor, por favor, por favor, que no lo coja Leopoldo, por favor, y quedabas con ella directamente para ver Scream 2, sin interminables whatsapps, ni Facebook, ni cuatrocientos mails, y le grababas alguna cinta con canciones de R.E.M y Los Planetas y, luego, al llegar a casa, te lavabas los piños un tanto eufórico y te ibas a planchar la oreja pensando si se habría puesto la cinta y si le gustaría tanto como a ti "Qué puedo hacer".

Me gustaban aquellos tiempos, diablos.

Aunque nunca me llamara Claudia Schiffer.

El Guardián

@guardian_el_

Oye, que me caso

$
0
0

La primera vez me casé por la Iglesia; la segunda, por lo civil;
si hay una tercera ocasión, será más realista que lo haga por lo penal.


José Luis Alvite

Nos sirvió para el último gramo
el cristal de su foto de boda 


Joaquín Sabina


No. Que nadie se confunda. Yo no me caso. No me cogerán vivo. Aún.

A día de hoy, mi boda es algo tan inminente como el desarrollo de vida humana en Marte: primero que vaya Curiosity, nos cuente la experiencia y ya, si eso, nos animamos.

Siempre me meto en el agua el último de mis amigos y, si alguno me dice que está congelada, doy media vuelta, me bato en retirada y salgo corriendo de vuelta a la toalla. Llámenme cobarde. Yo prefiero el término prudente. Espero, eso sí, no protagonizar una espantada similar camino del altar si alguna insensata decide casarse conmigo. Con el chaqué se corre peor.

Es lo que hay. Veo el asunto de la boda como algo lejano. Muy lejano. Lejanérrimo. Lejano en plan "¿eso que brilla en el cielo es una estrella, un avión o un meterorito que se aproxima a la Tierra?". Lejano como Mordor respecto a la comarca de los hobbits. Lejano como cuando te dicen que el sol se apagará dentro de 5.000 millones de años y la especie humana se extinguirá. Así de lejano.

Tampoco es algo de extrañar si tenemos en cuenta que soy una persona que atraviesa graves crisis existenciales hasta para elegir una película en el videoclub: "¿Es esta la película que realmente quiero? ¿Y si me canso a la mitad? ¿Es Clint Eastwood el director de mi vida? ¿Y si me estoy perdiendo otras magníficas películas?". No quiero ni pensar en las vueltas que le podría dar a una decisión que consiste en compartir absolutamente todo con otra persona durante-el-resto-de-mi-vida-en-la-salud-y-en-la-enfermedad-hasta-que-la-muerte-nos-separe.  

Uf. Me bajo a por un gintonic al Shuzo´s, que estoy empezando a hiperventilar sólo de pensarlo.

Ya estoy. Sigamos.

Les cuento todo esto porque, en las últimas semanas, varias personas de mi entorno me han anunciado, a traición y por la espalda, que se casan. Así, sin pedirme permiso, ni nada. De buenas a primeras. Oye, que me caso. Es como si la gente hubiera aprovechado el verano para sentar la cabeza y tomar este tipo de decisiones en vez de hacer lo lógico y normal: tomar el sol, emborracharse a base de mojitos en cualquier chiringuito de mala muerte y cantar "Quiero rayos de sol" con un vaso de plástico metido en el bolsillo de la camisa a modo de pañuelo. Lo propio, vamos.

¡Casarse! ¡Válgame Dios! Supongo que a mí no me ha debido llegar esa señal, todavía. 

Sí, yo es que siempre he sido de señales. La cuestión es que, por ejemplo, si estoy en una librería echando un vistazo a las novedades  y, sin querer, tiro al suelo un libro sobre el que he leído algo recientemente, donde la gente normal vería una mera coincidencia, yo lo interpreto como una señal cósmica que me está diciendo que Tengo Que Leer Ese Libro. Y me lo compro.

Sí, así de imbécil puedo llegar a ser en mi día a día. Y me pasa con otras muchas cosas: 

Si encesto desde aquí esta servilleta en la papelera, llamo a esta chica.

Si sale cara 5 veces seguidas, el Real Madrid gana la Liga al Bara.

Si meto este cacahuete en la cerveza de mi amigo, salimos esta noche... y si no, también.

Ya ven ustedes: una forma como otra cualquier de llevar las riendas de tu vida.

Así me va.

De este modo, siempre he pensado que si algún día conozco a la mujer de mi vida, me llegará algún tipo de señal. Algo discreto: la señal de Batman iluminando el cielo mientras cenamos o, tal vez, un coro de ángeles bajado del cielo con trompetas cantando el Ave Maria de Schubert. Y sí, entonces, sabré que estoy listo para casarme. Pero eso no ocurrirá hasta que el sol se apague y esas cosas. Hasta entonces: marcha, marcha, queremos marcha, marcha (Rosario dixit).

Mientras digería estas noticias de casamientos, he estado analizando cómo viven las bodas ellas y ellos. Y no descubriré la pólvora aquí si les cuento que, hombres y mujeres, tenemos una percepción bastante distinta sobre el asunto en cuestión.

La primera vez que reparé en esto fue una tarde de verano en la que fui arrastrado al cine, contra mi voluntad , como un niño al que llevan a la guardería y se agarra con uñas y dientes al marco de la puerta, a ver "Sexo en Nueva York" (la primera, por supuesto, que para enfrentarme a la segunda parte aún no he reunido el coraje suficiente).

En una escena, Carrie, esa heroína femenina del siglo XXI que se alimenta a base de Cosmopolitans y Manolos, es plantada en el altar por el tal Big. Y les confesaré que, en ese momento, me entró un leve ataque de risa floja en la sala.

A juzgar por las miradas despiadadas que me lanzaron las espectadoras femeninas situadas a mi alrededor, intuyo que fui el único que encontró esta escena graciosa. 

¿Qué quieren que les diga? El tal Big me pareció, por una vez, un tipo sensato y cabal huyendo lejos de ese cuarteto de desequilibradas. 

A la salida, la chica con la que fui a ver la película me soltó un solemne a la par que inquietante: si en mi boda el novio me hace eso, le arranco el corazón y se lo doy de comer a las patos del Retiro.

No volvimos a quedar.

Las bodas son divertidas. Por supuesto. No seré yo quien ponga reparos a asistir a una fiesta con barra libre y chicas con vestidos espectaculares.

Pero no deja de sorprenderme la histeria colectiva que rodea la organización del asunto y el desorbitado gasto en el que se incurre para cerrar el menú, las copas, el vestido, el traje, los coches, la música, los decoradores, las flores, la carpa, el mago, el DJ, el fotógrafo, los músicos y demás extras que hacen que uno ya no sepa si está acudiendo a una boda o al Circo del Sol.

Es tal el ansia por innovar y convertir la boda en un "momento único, especial y original" que a servidor ya no le impresionaría ir a ver cómo se casan unos amigos y que de repente entraran los novios en la iglesia a lomos de un unicornio rosa.

Las películas son las culpables de esta absurda espiral en la que nos hemos visto envueltos de repente.

Pero, oigan, faraónicas bodas aparte, estoy encantado con estas noticas. Me alegra profundamente que mis amigos se casen.  

Y brindaré desde mi mesa, con mi gintonic, por los novios, disfrutando desde la distancia y en cierta soledad de esa obra de teatro que formamos todos los invitados.

Tal y como escribió el siempre genial Hernán Casciari:

En las fiestas de casamiento yo soy el que se queda solo, sentado a un costado de la mesa, mientras los demás bailan fingiendo que son un trenecito. Yo soy ése porque en la vida hay roles que debemos cumplir. Alguien debe ser el borracho que da vergenza ajena, y alguien tiene que ser la yegua omnipresente con el vestido rojo, y alguien tiene que ser el novio, y alguien tiene que ser la bisabuela que fuma, y alguien tiene que ser un primo que vino desde Boston especialmente a la boda. Yo soy el aburrido de la mesa del fondo. Y no me quejo.

Yo también soy ese tipo.

Antes de despedirme, les confesaré que, de vez en cuando, no crean, sí que he pensado en cómo sería mi boda. No tengo claro ni dónde, ni cuándo, ni con quién, por supuesto.

Pero de lo poco que tengo claro es que sonará el Estadio Aztecade Andrés Calamaro, esa canción que siempre ha estado sonando en momentos trascendentales de mi vida.

Y, tal vez, cuando entre la novia por el pasillo, suene en mi cabeza el Ave Maria de Schubert.

Pero sólo tal vez.

Yo es que siempre fui de señales.

Que vivan los novios

El guardián entre el centeno
Sígueme en twitter: @guardián_el_


El curioso incidente de la Mano Loca

$
0
0

Muchas veces me preguntan cómo y en qué momento me dio por empezar a juntar letras. Que de dónde salió esta afición mía por plasmar en un folio las tonterías que se me pasan por la cabeza, que son muchas y muy variadas.

Supongo que otros como yo dirán que empezaron a escribir tras leer el Ulises de Joyce o cuando cayó en sus manos una Olivetti heredada y las yemas de sus dedos sintieron ese irrefrenable impulso de ametrallar sus teclas.

Yo debo ser algo más cafre porque sé perfectamente que empecé a escribir a raíz del incidente de la Mano Loca.

Sí, de la Mano Loca.

Todo ocurrió  durante una mañana de hace mucho tiempo, apenas contaba yo con siete u ocho años, cuando decidí que no podía pasar ni un minuto más de mi vida sin poseer la Mano Loca. La Mano Loca, para la generación de Crepúsculo y el tal Bob Esponja, era un juguete muy popular entre los niños ochenteros. Se trataba de una tira fabricada con un material incomprensiblemente viscoso, pegajoso y probablemente tóxico, en cuyo extremo había una mano. La gracia del artilugio (si es que tuvo alguna gracia este absurdo invento) consistía en ir estirándola y pegándola por todos lados, como si de la viscosa lengua de un camaleón se tratara.

En fin, una repugnante estupidez que causó furor entre los jóvenes más tarados de la época. Era absurda, pringosa, viscosa y de un color estridente: lo tenía todo para triunfar entre aquella generación.

Y, como no podía ser de otra manera, yo fui un fan incondicional de la Mano Loca. Porque a tarado no me ganaba nadie.

Me compré la Mano Loca en el quiosco de Miguel y, dada mi naturaleza obsesivo-compulsiva, me pasé el día entero con ella. Me tomaba el Cola-Cao con la Mano Loca, atizaba a mi hermano Álvaro con la Mano Loca, intentaba acercarme el mando a distancia con la mano loca y hasta me metía en la ducha con la maldita Mano Loca. En cuestión de horas, tras ir pegándola por todos lados, la dichosa tira elástica adquirió una textura de lo más repugnante. De un simple manotazo aquel artefacto te podía contagiar la rabia y el tifus.

Pero yo era feliz. Era feliz como un cerdo en un barrizal, oigan.

No tardó mi madre en reparar en el zoquete de su hijo enredando todo el día, de aquí para allá, con aquel repulsivo instrumento y me advirtió, con voz solemne, que ni se me ocurriera, que-ni-se-me-pasara-por-la-cabeza, entrar con aquella asquerosidad en mi cuarto, recién pintado y redecorado por aquellos días. Al final vas a acabar manchando algo. Tiempo al tiempo, me dijo con ese tono premonitorio que tienen las madres para las tragedias.

Por supuesto, tan rápido entró la advertencia por mi oído, salió por el otro, y me puse a hacer el indio con la mano loca por mi cuarto. En un momento dado y de forma inexplicable (aún sigo dando vueltas en mi cabeza a aquel trágico momento), la mano loca salió disparada de entre mis dedos, a una velocidad cercana a la velocidad de la luz, y fue a parar, caprichoso destino, a la pared recién pintada de azul.

¡PLAF!Ahí que se quedó petrificada, inmóvil, la muy asquerosa, como el coyote cuando se estampaba contra una pared en los dibujos animados. Se pegó como nunca se había pegado a nada.

Me quedé paralizado un cuarto de hora, observando aquel desastre. Me acerqué a cámara lenta a la pared y procedí al levantamiento de la Mano Loca, para comprobar, con horror, que una mancha espantosa, grotesca, descomunal, en forma de mano loca estirada, decoraba en ese momento la pared azul, recién pintada, impoluta, de mi cuarto.

Presa del pánico, corrí al cuarto de baño, empapé una toalla en agua y procedí a frotar la pared, como si fuera una mancha pantalón vaquero. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, debí pensar.

Ojalá me hubiera detenido a pensar un poco en lo que estaba haciendo.

Al terminar la mencionada operación, propia de una mente privilegiado como la mía, había logrado empeorar la situación en un 300%. Bravo. Me alejé, para coger un poco de perspectiva y pude comprobar, con estupor y temblores, cómo una mancha gigantesca, como una de las caras de Bélmez, decoraba la pared de mi cuarto, justo debajo de mi póster de Tintín y El Secreto de Rackham el Rojo.

En un momento de desesperación no se me ocurrió otra cosa que ir al salón, arrodillarme y rezar 5 padres nuestros para que  una intervención divina hiciera desaparecer la mancha de la pared. Entregaría mi vida al Señor, me metería en un seminario y llevaría una vida de ora et labora. Pero, por favor, por favor, por favor: que esa mancha gigantesca desapareciera.

Volví a mi cuarto lleno de esperanza y, por supuesto, la mancha continuaba. De hecho, hasta la veía más grande. Estaba claro que aquí se abrían las aguas del Mar Rojo y se convertía el agua en vino para algunos pero para otros no se lograba hacer desaparecer una simple mancha de la pared. Cuestión de preferencias, supuse.

Era hombre muerto. Finito. Kaputt. A dead man walking.

Y es que, para entender la situación, he de aclarar que mi madre no era (ni es) un madre al uso. En mi casa nunca hubo Nocilla, ni me daban dos Petit Suisses, ni me esperó jamás tras un entrenamiento de fútbol con un bocadillo. Mi madre era una madre dura, de las que te enviaban al colegio con 39 de fiebre con un "eso no es nada" y te echaba broncas legendarias como se te ocurriera plantarte en casa con unas notas que no fueran dignas de un aspirante a entrar en la NASA. En mi casa había cuadernillos Santillana, libros y. como te despistaras, te metían a una clase de algo. La tele estaba terminantemente prohibida (salvo para los partidos del Real Madrid, por un decreto-ley paterno) y las videoconsolas era consideradas como un elemento enviado por el mismísimo demonio.

Mi madre, como más de un lector ya habrá sospechado, era profesora.

Y yo, en aquel momento, hombre muerto.

Esa tarde, sin mi madre en el radar, salí de casa porque había quedado con unos amigos para jugar al fútbol. Pero andaba ensimismado, como un condenado a muerte disfrutando de los últimos estertores de su libertad. Olía las flores y miraba al sol como si fuera la última vez que fuera a hacerlo en años. Tenía reflexiones profundamente filosóficas, elucubrando si mi incidente con la mano loca había sido algo determinista. ¿Se pudo evitar? ¿O aquella mano loca estaba destinada a acabar estampada en aquella pared azul?

Mis amigos, que me veían abatido, trataban de tranquilizarme: "tranqui, tío, que seguro que no te echa mucha la bronca". Cabizbajo, hundido, consciente de lo que me esperaba, yo les decía: "Vosotros es que no conocéis a mi madre. Va a tener que llamar a Jose el Pintor. Y luego me va a matar".

Además el tema estaba calentito porque había vuelto a hacer a mi madre, pocos días atrás, mi broma estelar, desoyendo su terminante prohibición, consistente en meter en su cama una tarántula que tenía de juguete, de tamaño real- Era una reproducción inquietantemente parecida (no sé quién diablos me compró aquel horror. Seguramente, la ingenua de mi madre). Hábilemente, introducía aquel asqueroso simulacro de arácnido en la cama de mi madre y esperaba, como un terrorista doméstico, a escuchar el alarido de pánico de mi madre atravesando tabiques cuando abría su cama o tocaba con los pies aquel bicho.

Hay veces que me pregunto cómo no maté a mi pobre madre de un infarto.

Volviendo a la noche de autos, tras estar jugando al fútbol con mis amigos, no me quedó más remedio que volver a casa y esperar mi ejecución. Me encontré, para mi sorpresa, con que mis padres se estaban preparando para ir a cenar por ahí y mi madre no había reparado en el estropicio. Mientras se ponía los pendientes, tanteé con sutileza el tema y respiré aliviado al comprobar que aún vivía en la ignorancia. Podía seguir prolongando mi mentira. De hecho, podía aprovechar su cena para escapar por la ventana, sacarme un billete en el Ferry enfrente de mi casa y empezar en Dover una nueva vida, donde no hubiese cuartos recién pintados ni manos locas.

Sin embargo, desquiciado por la presión de mi acto, cogí lápiz y papel y por no disponer del Working Capital necesario para emprender una nueva vida en Inglaterra, escribí un folio y medio mi confesión, con la letra piojosa y horrible que aún tengo, aduciendo la naturaleza indómita de la mano loca, señalando como culpables principales del incidente a los fabricantes de las manos locas, al vendedor del quiosco, a la teoría de la gravedad de Newton, a la sociedad y alegando que, en el fondo, ¿qué era una mancha en una pared recién pintada comparado con el inmenso amor de un hijo a una madre? No podíamos dejar que una triste Mano Loca enturbiara aquella relación materno-filial. Cerré la carta tirando del peloteo más rastrero y acabé enviando un abrazo a mi padre (mucho más fácil de compadecer que mi madre) y me fui zumbando a la cama.

Por supuesto, al día siguiente, nada más levantarme, mi madre fue directa a mi cuarto para hacer el balance de los daños. Y, como no podía ser de otra forma, me cayó una bronca legendaria. Aún retumban los ecos de aquellos gritos por las paredes de aquel cuarto.

Sin embargo, cuando madre me habló de aquella carta de confesión que le había escrito, de mi triste intento de defensa, de mi desesperado alegato, noté en sus ojos un brillo, un algo, un no-se-qué, una forma de mirarme, una sonrisa en sus pupilas, un trazas de cierto orgullo, una llama como de curiosidad hacia aquel cenutrio de la Mano Loca que  tenía por hijo.

Desde entonces, la verdad es que sólo escribo con la ilusión de ver ese chispazo, ese no-se-qué, en los ojos de quien me lee.


A mi madre, a quien, a pesar de sus insistencias, no dejo leer nada de lo que escribo.

Pd: lo de la tarántula fue cosa de Álvaro.

El Guardián entre el Centeno

Sígueme en twitter: @guardian_el_

Lo que dura un salto desde la estratosfera

$
0
0

4 minutos y 19 segundos.

Éste es el tiempo que ha invertido el bueno del austríaco Félix en saltar en caída libre desde la estratosfera.

Déjame 4 minutos y 19 segundos de tu tiempo para contarte.

Déjame que te cuente.

Déjame un salto desde tu estratosfera.

Déjame que te cuente, aunque termine aplastado en el suelo.

Déjame que te cuente, ahora que se acaba de terminar la botella de vino, que no me gusta el tiramisú, ni la nieve, ni la gente que toca el claxon en el coche.

Déjame que te cuente que yo no saltaré desde la estratosfera por ti, porque no sé ni dónde está, porque me pierdo en coche hasta para ir al aeropuerto, porque tengo vértigo cuando me  subo a un altillo a por una maleta, porque las montañas rusas me dan pavor y la lanzadera ésa me parece un instrumento de tortura.

Déjame que te cuente que no saltaré en paracaídas ni a punta de pistola pero que, cada vez que te hago reír, el vuelco al estómago es similar.

Déjame que te cuente que el único viaje espacial que me interesa es el Fly me to the moon de Sinatra.

Déjame que te cuente que qué coño pinto yo en la estratosfera a -70 grados centígrados si cuando baja la temperatura de 15C ya estoy planeando emigrar al Caribe y vivir de partir cocos a los turistas.

Déjame que te cuente que no sé nada de astronautas, que me dormí viendo Armageddon, que mis únicas estrellas son las farolas que alumbran mi calle cuando vuelvo de copas y que me paso el día en las nubes sin necesidad de subir a 39.068 metros de altura con un globo aerostático.

Déjame que te cuente que tu sonrisa sí que la debería patrocinar Red Bull porque eso sí que es algo extremo y no hacer puenting o piruetas con un avión.

Déjame que te cuente que lo más parecido que he experimentado a una caída libre supersónica fue aquella vez que me resbalé en un paso de cebra nevado de la Quinta y casi me desnuco.

Déjame que te cuente que yo también alcanzo los 1.173 kilómetros por hora para alcanzar el teléfono cuando me has escrito.

Déjame que te cuente que me temo que no daré muchos pasos gigantes para la humanidad porque voy siempre con los cordones desatados.

Déjame que te cuente que mientras me decías que ibas disfrazada de Natalie Portman en el Cisne Negro yo pensé que en el mundo empresarial un cisne negro es "un suceso improbable, repentino, inesperado, cuyas consecuencias son cruciales y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y sólo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto". Como el éxito de Youtube . Como la irrupción de Facebook. Como tú.

Déjame que te cuente que no te puedo llevar en un viaje espacial pero sí te puedo invitar a tomar el mejor café de Madrid.

Déjame que te cuente que sí, que segundas partes nunca fueron buenas, pero Terminator 2  es una obra maestra.

Déjame que te cuente que el único espacio que conozco es el que dejas cuando te vas.

Déjame que te cuente que basta con un tercer martini para ponerme en órbita.

Déjame que te cuente mi penúltima tontería mientras tú te muerdes el labio inferior pensando "es que no puedes ser más tonto"

Déjame que te cuente que no llegaré a la Luna pero sí te puedo conseguir un helado de Gin Tonic.

Déjame que te cuente que admiro al bueno de Félix porque no se echó para atrás en el momento decisivo.

Déjame que te cuente de qué va "Man on Wire", mi documental favorito, y lo mucho que me ha recordado algunos momentos al loco austríaco éste.

Déjame que te cuente que lo único que se me sube a la cabeza son los gin tonics de más.

Déjame que te cuente que a mí también me gusta Audrey Hepburn, "ya sabes, una mujer en cuyo cuerpo el único peralte no es el pecho sino la repostería de una onda en el pelo" y que yo, muy a mi pesar, no soy Ernst Hemingway porque a mis manos les sobra mundo pero les falta obra.

Déjame que te cuente que ya invitaré a Alvite a un Bloody Mary en el Savoy por el uso con nocturnidad y alevosía de esta frase.

Déjame que te cuente que se me acaba el tiempo.

Déjame que te cuente que tengo que aterrizar y no sé cómo coño se abre el paracaídas.

Déjame que te cuente lo que dura un salto desde la estratosfera.

El guardián entre el centeno

 

Sígueme en Twitter @guardian_el_

 

 

"El guardián y los patos de Central Park" – Volumen II

$
0
0

Toda la vida he soñado con realizar una serie de cosas antes de morirme:

1. – Jugar la final de la Copa de Europa vistiendo la camiseta del Real Madrid.

2.- Cruzarme con Robert De Niro en Nueva York y que me diga "You talkin´ to me?"

3.- Escribir un libro.

4.- Tener un affaire con Natalie Portman.

5.- Que Natalie Portman se enfade conmigo por tener un affaire con Jennifer Connelly.

6.- Comprarme una de esas máquinas descomunales para hacer zumo de naranja que tienen en las cafeterías y plantarla en mi cocina.

7.- Abrir un bar.

8.- Contratar de mayordomo a Michael Caine, llamarle Alfred y él a mí Señor Wayne, que me haga el desayuno (con mi máquina descomunal de zumo de naranja) y me de consejos vitales para el día a día como "nos caemos para levantarnos, señor Wayne"

9.- Salir una noche de copas con Charlie Sheen.

10.- Tener un grupo de música y llamarnos "El Guardián y los patos de Central Park.

Lo sé: mi capacidad para pensar estupideces no conoce límites.

La cuestión es que ya voy cumpliendo una edad y Mourinho no me llama, no me he cruzado con De Niro, Natalie Portman se acaba de casar con un bailarín de ballet francés (no haré comentarios), no he abierto ningún bar (aunque he cerrado muchos) y me sigo haciendo el zumo de naranja cada mañana en un puto exprimidor diminuto. Eso sí, me lo cuelo. Que si no me cuido yo, no sé quién me va a cuidar.

A pesar del evidente fracaso en cada de uno de mis objetivos, no tiro la toalla y aún no he descartado lo del grupo de música, lo cual dice mucho de mi estabilidad mental teniendo en cuenta que no sé ni tocar el triángulo.

Porque no. Lo cierto es que Dios no me llevó por el camino de la música. De hecho, creo que, geográficamente hablando, me debió dejar en un bosque situado a 6.000 kilómetros del Camino de la Música, sin brújula y en plena oscuridad.

Hasta tal punto es así que si voy a una fiesta en una casa y veo que tienen ese artefacto del Singstar o un Karaoke, finjo un repentina llamada y salgo de ahí como alma que lleva el Diablo para no tener que castigar a los presentes con mi cantar. Porque soy in-ca-paz de alcanzar un tono melódico que no haga que el perro de la casa se quiera tirar por la ventana para acabar con semejante agonía.

Mi tormentosa relación con la música, sin embargo, no ha hecho que me deje de gustar ni un ápice. Todo lo contrario. Así pues, admiro profundamente a la gente que "hace" canciones y les miro con esa ilusión con la que un niño observa a un mago. No quiero saber cuál es el truco. Prefiero vivir en la ignorancia y disfrutar de ese proceso mágico que me sigue impresionando, no importa el  tiempo que pase.

Hace unos meses les puse en este bar el primer volumen de "El Guardián y los patos de Central Park" (aquí lo pueden escuchar gracias a una lectora)

Pues bien, aquí les traigo el segundo volumen, lleno de canciones de todo tipo, sin orden, ni concierto, pero con guitarras, palmadas, armónicas, baterías, ritmos pegadizos, rock and roll y un poco de todo.

Pinchen en cada canción y un estupendo link les conducirá a Spotify.

Poco más que añadir: aliñen esta ensalada de canciones y a disfrutar.

1. California (Part II) – MASON JENNINGS

¿Por qué?: Porque tiene ritmo, porque  me trae buenos recuerdos, porque me da cierta paz y porque cada vez que la escucho me alegra hasta en esos momentos en los que estoy cerca de quemarme a lo bonzo.

Frase favorita: I´m gonna throw a box of books and my beloved guitar into the back of my truck and try my luck in California

Un momento perfecto para escucharla: Cuando estés particularmente cansado de la vida.

Un recuerdo: un viaje con amigos por California, saliendo de copas por Santa Bárbara, bebiendo vino blanco hasta las tantas y durmiendo poco o nada.

2. Buenos recuerdos – JONSTON

¿Por qué?: Porque es una canción con cierto sentido del humor y porque el estribillo me recuerda a esa gran película llamada "The Eternal Sunshine of The Spotless Mind" (traducida en España, en un alarde de originalidad e ingenio sin precedentes con el lamentable título: "Olvídate de mí")

Frase favorita: Van a borrarme los malos recuerdos. Envuélveme los buenos que esos no quiero perderlos

Un momento perfecto para escucharla: Un día que llueva a mares o cuando te deje tu novia.

Un recuerdo: El día que conocí este genial e injustamente desconocido disco gracias al gran Kiko Amat (www.benditoatraso.com)

3. 12:59 Lullaby – BEDOUIN SOUNDCLASH

¿Por qué?: Porque la voz rota y cascada de este tipo es impresionante, porque el vídeo en Japón me gusta y porque es una canción que engancha en cuanto la escuchas.

Frase favorita: And if you want me to sing you a song...

Momento perfecto para escucharla: cualquier día a las 12:59 de la noche, en una terraza, con una copa de vino y, si el momento acompaña, un puro.

Recuerdo: Un viaje a Ponferrada sonando en bucle en el coche.

4.  Tu Perro II – NIÑOS MUTANTES

¿Por qué?: Porque a pesar de tratarse de una canción que tiene ya unos cuantos años, me sigue consiguiendo poner en pie cada vez que la escucho. Porque tiene mucho ritmo y porque es pegadiza.

Frase favoritaDame algo,que me ayude a estar mejor, mejor, mejor...

Momento perfecto para escucharla: Cualquier madrugada.

Un recuerdo: la playa de Santander.

5. I´m not gonna teach your boyfriend how to dance with you – BLACK KIDS

¿Por qué? Porque el título es simplemente genial y porque se te pega a los zapatos como el suelo de una discoteca a las 6 de la mañana.

Frase favoritaI'm not gonna teach him how to dance! dance! dance! dance!

Un momento perfecto para escucharla: Antes de salir por la noche.

Un recuerdo: Estar hablando con un amigo en una bar, interrumpirle y decirle: "¿Pero qué es ESTE TEMAZO?" ante su mirada total de desconcierto por el enajenado de su amigo entrando en trance.

6.  Mañana nos casamos en Las Vegas – LUIS RAMIRO

¿Por qué?: Porque, lejos de esas canciones de cantautores afectados y con vocación de suicida, esta canción destila sentido del humor por todos lados.

Frase favorita: Tú no te llamas Thelma y Louis aquí es un hombre.

Un momento perfecto para escucharla: Durante un viaje en coche.

Un recuerdo: Escucharla mientras veía pasar a una chica muy guapa que iba bicicleta por Pollena este verano.

7. Teflon heart – CAGED ANIMALS

¿Por qué?: Porque el estribillo, comparando el amor con una sartén antiadherente, es perfecto.

Frase favorita: You´ve got a teflon heart and nothing sticks to you

Un momento perfecto para escucharla: Cocinando, para comprender mejor la metáfora de la sartén.

Un recuerdo: Yendo a jugar al fútbol en coche.

8. Amazing eyes – GOOD OLD WAR

¿Por qué?: Porque no es bonita. Es lo siguiente.

Frase favorita: ´Cause you have amazing eyes. The right one suspicious and the left one wants my love

Momento perfecto para escucharla: Cualquier momento de tu vida

Un recuerdo: Unos ojos. Esos ojos. Evidentemente.

9. Y aún arde Madrid – LOS PORRETAS con PEREZA

 

¿Por qué?: Porque todo es mucho más triste desde que Pepe Risi, líder de los Burning, se fue. Porque esas canciones son parte de mí. Porque este homenaje me emociona. Porque no puede ser más madrileña. Por los guiños a los viejos temas de los Burning. Porque suena a bar, a billares y porque es puro rock and roll del de antes.

Frase favorita: "Cuando el Risi nos dijo "Adiós, yo me abro" algo se murió en el 2 de Mayo"

Momento para escucharla: Una noche de bares por Madrid.

Un recuerdo: Pepe Risi y aquella gloriosa frase que siempre cuenta Loquillo que un día le dijo, a última hora de la noche o a primera hora de la mañana, volviendo de jarana: "Loco, no te enfades con aquellos a los que no le gusta el Rock&Roll. ¿Sabes, Loco? No-tienen-ni-puta-idea"

10. Paper sails – STU LARSEN

¿Por qué?: Porque es un grower, como dicen los entendidos, es decir, una canción de esas que te gustan más, más y más cuantas más veces la escuchas.

Frase favorita: We've been sailing in the ocean with a compass and it's broken

Momento para escucharla: Con un buen café mientras lees algo.

Un recuerdo: Una madrugada escribiendo este blog.

11. Dice la gente – KIKO VENENO

¿Por qué?: Porque Kiko Veneno es uno de los tipos con más talento que ha dado la música española y a veces  nos olvidamos.

Frase favorita:

Dice la gente/ que de algo hay que vivir/ que sólo se muere una vez/ yo creo que eso no es así/ se muere muchas veces/ yo siempre muero por ti.

Un momento perfecto para escucharla: Un domingo por la mañana.

Un recuerdo: Un paseo por Madrid con la primavera empezando a hacer de las suyas.

12. Primitive Girl – M. WARD

¿Por qué?: Porque es rápida, directa y potente. Porque M. Ward (la parte masculina de She&Him) es un músico único e inexplicablemente poco conocido.

Frase favorita: If you say "how're you doing" She'll say : "I'm doing well"

Un momento perfecto para escucharla: Un viernes por la tarde con todo el fin de semana por delante.

Un recuerdo: quedarme atónito viéndole tocar así (ojito con el espectáculo que da con la guitarra hacia el final del vídeo)

13. L.O.V – FITZ AND THE TANTRUMS

¿Por qué?: Porque tiene energía y porque me tiene bastante obsesionado últimamente.

Un momento perfecto para escucharla: En la ducha

Frase favoritaI don't believe in the power of love/ When the world is crumbling' down

14. Pickin´up the pieces – Paloma Faith

¿Por qué?: Porque la he descubierto hace poco y, por algún extraño motivo, la canto a pleno pulmón siempre que la escucho en el coche, viniéndome muy arriba y protagonizando un espectáculo gratuito, dantesco, innecesario y lamentable para aquellos que tienen la mala fortuna de presenciarlo.

Frase favorita:

Cause she's gone,
In her shadow is it me you see?

Un momento perfecto para escucharla: en el coche (siempre que yo no esté dentro)

Un recuerdo: dos chicas en el coche de al lado en un semáforo mirándome y riéndose viendo cómo cantaba totalmente entregado esta canción.

15. The man comes around – Johnny Cash

¿Por qué?: Porque Johnny Cash es el puto amo de la baraja. Y sanseacabó.

Momento perfecto para escucharla: Andando por Madrid

Frase favorita:

There's a man going around taking names 
And he decides who to free and who to blame

Un recuerdo: La puesta en escena de Brad Pitt en la genial "Kill them softly" (¡vayan a verla!) con esta canción sonando de fondo.

16. Tormena Sideral – 84

¿Por qué?: Porque son unos tíos geniales, porque saben de música y le ponen ganas a esto y porque creo que es necesario un relevo generacional en el pop nacional y que ellos están más que preparados para darlo.

Un momento perfecto para escucharla: cuando eches de menos la primavera.

Mi frase favorita:

Se estada desnudando todo Madrid. 
en los pasos de cebra van de perfil, 
ejércitos de piernas.

Un recuerdo: En la boda de mi querido amigo Eugenio, cantando a pleno pulmón "En blanco y negro" de Barricada con el bueno de Beris (el barbas de arriba) de chaqué y yo con un ridículo sombrero, mientras hablábamos de La Cocina, uno de nuestros bares favorito de Madrid.

17. Rock and Roll – Eric Hutchinson

¿Por qué?: Porque le gusta a todo el mundo al que se la enseño

Frase favorita:

'Cause If she wanna rock she rocks
If she wanna roll she rolls

Un momento perfecto para escucharla: en una barbacoa.

Un recuerdo: una fiesta en casa de mi amigo Borja en Navacerrada.

18. Cigarette – Jeremy Fischer

 

¿Por qué?: Porque es uno de mis cantantes favoritos.

Un momento perfecto para escucharla: Fumando un cigarro (aunque yo no fume)

Frase favorita:

I'll be your cigarette
Light me up and get on with it
I'll be hard to forget
Good or bad I'm just a habit

Un recuerdo: Lisboa

19 . Black haired girl – Jesse Malin

¿Por qué?: Porque es puro rock and roll y porque es íntimo del gran Ryan Adams y del no menos genial Bruce Springsteen.

Un momento perfecto para escucharla: En algún bar de Queens, de donde es Jesse Malin.

Frase favorita:

I can never resist / My little anarchist/ Black haired girl/

She's a seven day weekend/ She don't pretend/ When she's dancin' wild and free

Un recuerdo: Mi amiga Luz (que no es morena, pero bueno)

20. Angel – Matt Nathanson

¿Por qué?: Porque es tan breve como bonita.

Frase favorita: Me and gravity we never could agree

Un momento perfecto para escucharla: Antes de ir a dormir.

Un recuerdo: Nieve en Nueva York

 

Espero que la selección musical les haya gustado.

Ahora es su turno: por cada comentario, es obligatorio dejar una canción (con su frase, su momento y el recuerdo que les traiga) y prepararemos una lista de Spotify con ellas. Si no dejan una canción, soltaré a los perros. Avisados quedan.

Pongan las canciones a todo volumen, agiten sus joyas, como diría Lenony súbanse a la mesa a bailar.

Que disfruten.

El guardián entre el centeno.

 

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

 

 

Un gin tonic, por favor

$
0
0

"El gin tonic ha salvado más vidas y mentes de gente inglesa que todos los doctores del país."

Winston Churchill

De un tiempo a esta parte, el gin tonic se nos ha ido de las manos. Ay, si el bueno de Winston levantara cabeza...

Les cuento esto porque el pasado fin de semana, tras cenar con unos amigos, fuimos a un bar para echar unos tragos y hablar de lo humano y lo divino, esto es, del Real Madrid  y de chicas. Aquí el servividor (ojito al sutil juego de palabras, que estoy que me salgo esta noche) pidió un gin tonic, y cuando me lo trajeron, no sabía si bebérmelo o llamar a los artificieros TEDAX para que desactivaran aquel artefacto antes de que todos saltáramos por los aires.

Colorines. Frutas exóticas. Romero. Canela. Semillas. Y otros múltiples objetos no identificados en las profundidades de mi copa, hundidos cuales galeones español en el Mar de los Sargazos.

Cielo santo, aquel gin tonic parecía un puto bodegón.

Lo cierto es que se mascaba la tragedia desde el comienzo. Lo vi venir desde el momento en que divisé al barman metiendo todo tipo de frutas multicolores en mi copa y haciendo parones para contemplar su "obra" desde distintos ángulos, como si estuviera esculpiendo el mismísimo David de Miguel Ángel. Tal era la grandilocuencia a la hora de preparar mi copa que empecé a sospechar que el camarero iba a traérmela ejecutando alguna pirueta de El Cascanueces ataviado con un tutú.

Ante el absurdo tiempo invertido en la preparación de mi copa, fue inevitable sentirme como Alan Rickman en aquella mítica y desternillante escena de Love Actually.

No evité la catástrofe a tiempo y, claro, luego pasó lo que pasó: que mi copa parecía una orgía de frutas que superaba las fantasías más salvajes del creador de Los Fruittis. Un bebercio que sabía a cualquier cosa menos a ginebra que, paradojas de la vida, era precisamente lo que había pedido.

Así que, tras apoquinar los 11 euros de rigor por aquel batido multivitamínico de frutas del bosque, me fui directo a casa a escribir esto y tratar de poner un poco de orden en toda esta anarquía imperante de ginebra, frutas y gominolas que va a acabar con la poca cordura que me queda.

Bueno, directo, lo que se dice directo, tampoco me fui. Tuve que hacer un par de paradas técnicas más para completar mi trabajo de campo y cerciorarme completamente. Que aquí uno es muy profesional y ustedes se merecen una muestra de estudio amplia. Qué menos. No me den las gracias. Insisto. Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Así que he aquí las verdades del barquero sobre el gin tonic:

1) No analicen el gin tonic como un teorema matemático

En cierta ocasión, el músico de jazz Bill Evans dijo: no analicen el jazz como un teorema matemático. No es tal, es un sentimiento.

Algo parecido pasa con el gin tonic: no me tuesten la oreja hablándome de química, burbujas y demás conceptos técnicos que yo soy de letras y no entiendo de esas cosas (una vez, cuando era pequeño, mi padre me enseñó una gota de agua a través del microscopio y aún estoy recuperándome del susto).

Yo me siento más cercano al genial diálogo que mantiene Humphrey Bogart con el Mayor Strasser en Casablanca:

- ¿Cuál es su nacionalidad?

- Borracho

El gin tonic, como el jazz, es un sentimiento. La bandera de los borrachos ilustrados. El legado de Humphrey. No es el Teorema de Fermat ni el Bosón de Higgs. La rueda, la pólvora y el gin tonic ya fueron inventados hace mucho. Y funcionan muy bien.

2) Límites a la creatividad

El barman es el mejor amigo del hombre. Los perros están muy bien pero aún no he conocido a ninguno que me prepare un bloody mary decente (y si ustedes conocen alguno estoy dispuesto a dar todo mi patrimonio por él). El problema es que últimamente hay una alarmante tendencia por diferenciarse y ser creativos. Y la creatividad, en las manos equivocadas, puede ser un arma de destrucción masiva. Decir al camarero equivocado que te prepare "algo original" puede ser en ocasiones una decisión tan acertada como decir a tu peluquero "hazme un corte de pelo moderno" o sugerir a una chica que "ese vestido quizá acentúe en exceso la rotundidad de tu anatomía" (he de recurrir a un eufemismo porque no reúno el valor suficiente para escribir "lo otro"). Es algo que sólo te puede dar disgustos.

Así que si alguno de ustedes acaba con una cresta verde, un gintonic con gominolas o una sonora bofetada cruzándole la cara, no me digan que nos les avisé.

El gin-tonic-como-Dios-manda lleva: Hielos. Ginebra. Tónica. Un rizo de limón. Y sanseacabó.

Si me apuran, un par de toques melancólicos de angostura están permitidos. Pero sin caer en excesos.

¿Gominolas? Fusilamiento al amanecer.

¿Un racimo de uvas? Guillotina al canto.

¿Granos de café? A los tiburones con el responsable.

¿Pétalos de rosa? Preferiría cicuta en mi copa, gracias

¿Frambuesas? Disculpe, he pedido un gin tonic, no una puta tostada con mermelada.

Que no se trata de ganar el Nobel de Química con un gin tonic. A mí me parece estupendo que en su casa cada uno beba esto como le plazca, pero eso de ir a un bar y que, sin comerlo ni beberlo, te planten un gin tonic disfrazado de carnavales, pues como que no.

Así que dejen el soplete tranquilo y guarden la canela y la maracuyá para otra ocasión. Que aquí hemos venido a beber.

3) No pontifique sobre el gin tonic.

De un tiempo a esta parte, cada vez que estoy con gente tomando un gin tonic, algún iluminado decide dar la brasa a toda la mesa durante 25 minutos versando sobre ese último gin tonic que ha probado, con una rodaja de kiwi neozelandés que maridaba maravillosamente con unas bayas de la Isla del Borneo recogidas a mano por una etnia de aborígenes albinos.

Por favor, respeten la solemnidad del momento del gin tonic. Hablen del último disco de Mumford & Sons, de los ojos de la camarera (y quién dice ojos, dice piernas), del otoño, de Breaking Bad, de lo que les de la real gana. Pero las conversaciones metafísicas sobre el gin tonic son un vórtice espacio-temporal de difícil salida. Y algo soberanamente aburrido.

4) El gin tonic tiene secretos

Aquí no nos gustan las cosas obvias. Por eso nos apasionan las canciones de Bob Dylan, los gin tonics y las películas de Hitchcock. Porque tienen secretos. Como las mujeres. Y esto ya lo dijo mi amigo Bruce.

Así que si te encuentras en algún lado tomando un gin tonic estupendo, no es necesario interrogar al camarero con la tenacidad propia de un KriminialDirektor de la Gestapo (yo lo he hecho millones de veces) para averiguar qué lleva el gin tonic y preparártelo en tu casa.

¿Qué lleva? ¿Qué esto que le has puesto a mi gin tonic? Maldita sea, ¡dime qué le has puesto! Canta, maldito bastardo.

Los camareros son como los magos: jamás deben revelar sus secretos.

Respetemos los secretos y los misterios. Son lo único que nos queda en este mundo que se cae a pedazos.

5) Beba el gin tonic en buena compañía

Hasta el gin tonic más putrefacto de la historia, con la compañía adecuada, sabe a gloria. Y esto es así.

Notar cómo se destensan los músculos y las sonrisas a medida que baja la marea de ginebra. El hielo anestesiando ligeramente su labio superior. Ese suave mareo. El frío en las manos. Las mariposas borrachas estrellándose en las paredes del estómago. El aroma de un limonero en flor en el aliento de tu copa. Las canciones deslizándose por tus oídos y sacando a bailar a tus neuronas. Las preocupaciones estrellándose contra ese iceberg a la deriva que son los hielos de tu copa. El brillo de la botella de la ginebra en sus pupilas sonrientes.

Ustedes ya me entienden.

Y si no, no saben lo que se están perdiendo.

 

¿Dónde tomar el gin tonic perfecto?

Mis favoritos de Madrid: Martínez, Santamaría, La Casa del Pez, Shuzo´s, Granviauno, Buenosaires.

Lejos de Madrid: El Dickens en San Sebastián, La Bisagra en Santander, El Oh La Bar y el Dry Martini en Barcelona, el Pavilo Chinese en Lisboa, el Bar Fico en Roma, El Pravda en Nueva York. Y tantos, tantos otros. Y los que quedan por descubrir.

¿Marcas?

Mis favoritas son:

  1. Sipsmith
  2. Martin Miller´s Westbourne
  3. Raffles

¿Tónica?

Fever Tree. La Schweppes clásica funciona perfectamente. A la Nordic Mist no me acerco ni con WiFi. Dejas una botella de esa tónica en un bosque y te la devuelven los lobos.

¿Dónde comprar?

Sin duda, y ya lo he dicho alguna vez, creo que la mejor tienda para comprar ginebras online es Perfect Gintonic. Una maravilla.

¿Qué leer?

  1. Este genial artículo sobre el gintonic de mi compadre, amigo y famigliare Nada Importa (este artículo, de hecho, es un pequeño homenaje por todo lo que le debo. Que es mucho y no hay gin tonics suficientes en este mundo para saldar la deuda)
  2. Los libros "Madrid en 20 tragos" de El Club de los Magníficos. La BIBLIA.
  3. El libro "Beber de cine" de José Luis Garci (auténtica joya sobre el noble arte de beber, actualmente descatalogada pero que puede encontrar si buscan bien entre libros de segunda mano. Merece la pena)

Dicho esto, disfruten de sus copas, brinden por lo que quieran o por lo que deban y, recuerden aquello que cantaban The Wombats:

Let's dance to Joy Division,
And celebrate the irony,
Everything is going wrong,
But we're so happy,
Let's dance to joy division,
And raise our glass to the ceiling,
'Cos this could all go so wrong,
But we're so happy,
Yeah we're so happy.

pd: estoy recopilando las muchas, variadas y geniales canciones que me han dejado y este fin de semana les dejaré la lista aquí, en su bar favorito. Mantengan la fe.

Besos para ellas y abrazos para ellos.

El guardián entre el centeno

Sígueme en twitter @guardian_el_

Creo que sigo creyendo

$
0
0

Yo vivía como Robinson Crusoe: era un náufrago entre ocho millones de personas. Hasta que un día vi pisadas en la arena.

la encontré a usted.

El apartamento (1960) – Billy Wilder

Creo que fue hace un año.

Creo que fue hace un año cuando me presenté por aquí con mi Credo de un vividor.

Creo que fue un homenaje a aquel glorioso "Yo sólo creo en Billy Wilder" que soltó Fernando Trueba al recoger el Oscar por Belle Époque.

Creo que es bueno no dejar de creer.

Creo que nunca me lo he pasado mejor que escribiendo por aquí sobre copas, libros, canciones, chicas fatales, Rolling Stones, risas, restaurantes, bares y noches.

Creo que ha sido un año que ha pasado volando.

Creo que Tempus fugit. Y tal.

Creo que, en cierta ocasión, un tipo muy sabio dijo que si quieres conocer a una persona, no le preguntes nunca lo que piensa, sino lo que ama.

Creo que esto es en lo que creo. Y en lo que no.

Creo que esto es lo que soy.

No creo en los aniversarios. No creo en los que se escudan en la crisis para justificar cualquier barrabasada. No creo en los cornetas del apocalipsis. No creo en "la que está cayendo". No creo en Gandía Shore. No creo en los que tienen vocación de plañidera. No creo en los que escupen los buenos días. No creo en los Mayas.

No creo en la gente que da la mano blanda. No creo en San Valentín. No creo en el Karma. No creo en el reggaetón. No creo en lo políticamente correcto. No creo en Paulo Coelho. No creo en los hombres que se depilan. No creo que la omnipresente reducción de Pedro Ximénez funcione con cualquier plato. No creo en el horóscopo. No creo en el photoshop. No creo en la palabra "maridar". No creo en los que son antipáticos con el camarero. No creo en los gastrobares. No creo en la silicona. No creo en aquellos que escriben sin tilde su propio nombre.

No creo en la carne muy hecha. No creo que haya una melodía más insoportable que Marimba. No creo en Lost. No creo en los que se comunican mediante gritos. No creo en los que consultan el móvil en el cine. No creo en ninguna de las 50 sombras de Grey. No creo en el libro digital. No creo en esos polos con un caballo elefantiásico en el pecho. No creo en los sitios en los que "está todo el mundo". No creo en las felicitaciones por Facebook.

Creo que es mejor pedir perdón que permiso. Creo en Johnny Cash. Creo en el lado frío de la almohada. Creo que echar limón a un buen pescado es una blasfemia. Creo en Gardel. Creo en el libro de papel. Creo que la ensaladilla rusa está infravalorada. Creo en el sonido de una máquina de escribir. Creo que la purpurina es un invento satánico. Creo que la vida es demasiado corta como para leer libros aburridos. Creo en El Principito. Creo que lo importante no es caer, sino aterrizar. Creo que todos los días sale el sol, chipirón. Creo que las chicas son guerreras.  Creo en las letras de Nacho Vegas. Creo en las hortensias y en los cerezos. Creo en montar las cosas sin mirar las instrucciones. Creo en las viñetas de Quino. Creo en las croquetas de centollo de El Marucho. Creo en Murakami. Creo que es mejor ir al cine solo que mal acompañado.

Creo en Chandler Bing. Creo que las Crocs son un atentado estético. Creo en el humor de Jardiel Poncela. Creo en los que hacen castillos en el aire. Creo que la hora del aperitivo es sagrada. Creo en Asterix y en Obelix. Creo que no hay mayor directo a la mandíbula que el olor de una mujer. Creo más en lo ácido que en lo dulce. Creo en las camisas por fuera y en las faldas cortas. Creo que Eddie Murphy debería estar en la cárcel por sus últimas películas. Creo en los viajes en tren. Creo que me sé diálogos de memoria de "Solo en Casa". Creo que esto no puede ser muy normal. Creo en las hamburguesas de HD.  Creo en los que se lanzan a la piscina sin mirar la profundidad. Creo que el logo de Cinzano es el más bonito del mundo.

Creo en las cenas alrededor de una mesa redonda. Creo en los fados y en los tangos. Creo que una mujer nunca puede ocultar cuando está borracha o enamorada. Creo en las camisas de once varas. Creo en el esnobismo de las golondrinas. Creo en el rock ´n roll de los idiotas. Creo que las Adidas Copa Mundial son las mejores botas para jugar al fútbol. Creo que "We are the Champions" es una horterada. Creo en el slow food. Creo en Xabi Alonso. Creo en Jack Nicholson en Mejor Imposible.

Creo que la bisagra que chirría es a la que acaban echando aceite. Creo en Holden Caulfield. Creo que hay chicas con miradas que fulminarían a un rayo. Creo que algún día sabremos adónde van los patos de Central Park cuando se congela el lago. Creo en las corbatas de lana. Creo en la tenacidad de Sísifo. Creo que me gustaban más los bares cuando se permitía fumar en ellos. Creo en Bruce Willis. Creo que los tertulianos políticos son políticos de tertulia. Creo que el champán que mejor sabe es el que se bebe directamente de la botella. Creo en los pantalones de pijama con bolsillos. Creo en las jodidas historias de amor y en las historias de amor jodidas.

Creo que nuestras vidas son cartas de una baraja rota.

Creo que Gabrielle de The Nips es la Canción Perfecta.

Creo que lo mejor está por llegar.

Y creo en Billy Wilder, por supuesto.

Gracias por estar ahí.

El guardián entre el centeno

Sígueme en twitter: guardian_el_

Hasta luego, Lucas

$
0
0

En mitad de la oscuridad de mi cuarto, abro los ojos con un horrible presentimiento.

¡Joder! Me he quedado dormido. Voy a perder el tren.

Tras observar detenidamente el reloj durante 15 segundos y comprobar que no voy a mover las agujas hacia atrás mediante telequinesis, salto de la cama.

Y lo de "saltar de la cama" es un decir, por supuesto. Entre las prisas, la resaca y que aún estoy dormido, mejor dejarlo en un triste "me arrastro-me enredo con las sábanas-me tropiezo-me caigo" de la cama.

Mientras me doy una ducha express con el agua congelada con el objetivo de azuzar mi escasa actividad neuronal, los remordimientos azotan mi ya de por sí castigada mente.

Soy lo peor. ¿Cómo me he podido quedar dormido? Ayer no debí salir. Sufro de dipsomanía. Sólo me pasa a mí. No tengo remedio ni solución. Voy a perder el tren seguro.

Salgo del cuarto de baño a toda velocidad, y empiezo a hacer la maleta con lo primero que veo por mi armario. Sin orden ni concierto.

Me pongo unos vaqueros y un polo.

¿Dónde coño están mis zapatos?

En el fragor de la desesperada búsqueda, mi pie descalzo impacta con una fuerza brutal contra la pata de un extraño armario-cómoda que, no sé en qué momento, llegó a mi cuarto.

Fulmino al híbrido mutante de armario-cómoda con la peor de mis miradas, como si tuviera vida propia y todo fuera su culpa.

Desde el primer momento que entraste aquí, alterando la armonía de mi cuarto, supe que eras un intruso con las peores intenciones.

Pero no hay tiempo de enzarzarse en peleas con objetos inanimados. Tengo un tren que coger. Y no encuentro los zapatos.

Salgo del portal y la luz me pega una bofetada que acentúa mi dolor de cabeza.

Miro el reloj. No queda tiempo. Echo a correr.

7 minutos y medio más tarde, llego a la estación pulverizando el récord olímpico de "2000 metros con resaca y maleta a cuestas".

Ríete tú de Phelps y Bolt.

Quedan escasos minutos.

Últimos metros.

Vamos. Que lo conseguimos. Eres un titán. Eres un héroe.

Y sí. Logro llegar a tiempo a mi vagón, el cual, siguiendo la implacable Ley de Murphy, es el que se encuentra situado más lejos de la entrada.

Llego. Casi sin aliento, al borde del desfallecimiento y de una angina de pecho.

Me late hasta el hipotálamo.

El corazón, desbocado cual purasangre. Patapam, Patapam, Patapam.

Localizo mi sitio.

Sólo quiero dejarme caer en él y dormir. Dormir mucho.

Pero, como canta Quique González, la suerte es una ramera de primera calidad.

Y aquí no acaban los sobresaltos y las sorpresas desagradables. De hecho, acaban de empezar.

En una pirueta macabra del destino, mi asiento resulta ser uno de esos sitios compartidos con otras 2 personas delante.

Se masca la tragedia.

Seguro que me toca una señora con ganas de palique. O algún viejo conocido con el que me tengo que poner al día en las próximas 4 horas. O alguna adolescente berreando por el iPhone sus penas y tribulaciones sentimentales.

La cuestión es que ninguna guapérrima se va a sentar enfrente de mí en este vagón, como le ocurre a Cary Grant en "Con la muerte en los talones". Ese tipo de cosas no me pasan a mí.

Afortunadamente, aún no ha llegado el susodicho, lo que me da unos minutos para dormirme o, en su defecto, hacerme el dormido. Hasta llegar a Madrid.

Escondo mis demacrados ojos tras las gafas de sol, me pongo la música, y apoyo mi cabeza contra el cristal de la ventana.

Sólo me falta el cartel de NO MOLESTAR colgado de una oreja.

Sin embargo, pasados 15 minutos, algo impide que logre acabar de fundirme en un abrazo con Morfeo. Noto que algo me inquieta y perturba mi paz interior. Algo me impide llegar al ansiado Nirvana.

Mi sentido arácnido me dice que algo pasa. Algo malo.

Con un esfuerzo titánico, me bajo las gafas de sol y abro los ojos.

Y ahi está la causa de mi desvelo, enfrente de mí, mirándome fijamente, sin pestañear, observándome a través de unas enormes gafas.

El sujeto en cuestión tiene unos 6-7 años, lleva una camiseta a rayas manchada por todas partes de lo que parece Nesquik, y tiene a su lado una mochila de Bugs Bunny.

- ¡Hola! ¡Me llamo Lucas!...¿Estabas dormido?- me pregunta sin quitarme de encima unos ojos ridículamente agrandados por sus lentes.

Gruño.

- No, qué va. Estaba con los ojos cerrados y en un estado total de inconsciencia. Pero no, no estaba dormido- respondo fríamente

-¿Cómo te llamas?- me pregunta, haciendo caso omiso de mi sarcasmo.

Silencio.

Miro en derredor.

¿Dónde está la madre de este niño?

- Avísame cuando lleguemos a Madrid- le digo y me vuelvo a colocar en la posición de NO MOLESTAR.

Por favor. Por favor. Por favor, Señor. Haz que no vuelva a hablar en el viaje y que me deje dormir. Por favor. Por favor.

Cuando llevo escasamente 17 segundos con los ojos cerrados, Lucas decide hacerme una pregunta, que debe considerar de vital importancia, a juzgar por el énfasis que pone al formularla.

- ¿Estás casado? ¿Tienes hijos?

Suspiro.

Profundamente.

Muy profundamente.

- NO.

-Pero si ya te sale barba- me responde, bastante contrariado.

- ¿Y? ¿Qué coño tiene que ver una cosa con la otra, Lucas?- respondo, ciertamente irritado.

Lucas se ríe tímidamente por el taco que acabo de soltar. Se le caen las enormes gafas. Las coge, llena los cristales de huellas dactilares, y se las vuelve a poner.

- ¿Y a mí?...¿ A mí cuando me va a salir barba?- me pregunta, inclinándose hacia mí y mostrándome su labio superior.

- ¿Pero tú qué quieres? ¿Afeitarte o tener novia?

- Afeitarme...- me responde, como si le acabara de hacer la pregunta más obvia del mundo.

Lucas, por lo visto, viaja solo y hay una azafata pululando encargada de él. Le trae el desayuno. Lucas viaja como un señor.

- Veo que te has hecho un nuevo amigo, Lucas. Os podéis contar lo que os habéis pedido a los Reyes estas navidades. O podéis hablar de chicas.

Y se  ríe sola.

Vaya, parece que la azafata ha desayunado payaso esta mañana.

Mientras Lucas engulle su desayuno con la elegancia de un gorrino espídico, me va haciendo un pormenorizado inventario de su carta a los Reyes Magos.

Cuando por fin acaba, y tras unos escasos minutos de gloriosa paz y sosiego, Lucas comienza a rebuscar algo en su mochila.

De pronto, saca un sobrecito de plástico con algo dentro.

-¡Mira!- me dice, lleno de júbilo.

Enfoco la vista y trato de identificar el contenido del sobrecito de plástico.

No puede ser.

No

puede

ser.

¡Dios! ¡Es un diente! ¡¡¡UN DIENTE HUMANO!!! ¿¿Por qué me lo enseña?? ¿¿Por qué esa necesidad de compartir algo tan repugnante conmigo?? ¿¿Qué clase de perturbado es este niño??

- Es que se me cayó hace una semana, y lo llevo a casa para el Ratoncito Pérez- y me sonríe haciéndome ver el hueco en su dentadura, dónde debía ir el diente caído en combate.

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

-¿¿Lo quieres ver??-  pregunta, como si ver su diente fuera la cosa más fascinante del mundo.

- ¡NOOO! Ni se te ocurra sacar esa cosa d...

Pero ya es demasiado tarde. Ahora tengo el diente de un niño de primaria en mi mesa, rozando mi iPhone.

Esto no está pasando.

Tras rechazar 3 veces su generosa invitación a cogerlo, e incluso a quedármelo, lo vuelve a guardar en su mochila.

Sin recuperarme todavía del susto me suelta:

- Cuéntame una historia-

- ...¿Qué?...

- Mi primo Antonio siempre me cuenta historias cuando viajo.

- Ya ...¿pero es que me parezco yo a tu primo Antonio?- le respondo cortante.

- No...porque él tiene más barba y mujer- responde él.

Touché. Este niño es la semilla del Diablo.

- Una historia y nos dormimos, ¿vale? Y como no me dejes dormir, te tiro por la ventana, Lucas. Avisado quedas. Te tiro por la ventana.

Lucas está emocionado. Pero no es menos cierto que no sé qué coño contarle. Empiezo a rebuscar en mi cerebro historias de cuando era pequeño. De pronto doy con una que me encantaba. Una historia de mitología griega sobre cómo Perseo mató a la temible Medusa.

Pero no me acuerdo de la historia bien, así que se la mezclo un poquito con Troya, el Hobbitt, 300, Gladiator y El Señor de los Anillos

Total, tiene 6 años...

Me recreo en las escenas de batallas más sangrientas para deleite de mi entregado público.

Cuando termino mi historia improvisada, Lucas está entusiasmado, e implora que le cuente alguna más.

- Otro día Lucas. Ahora...a dormir- digo cerrando los ojos, sin poder evitar esbozar una maliciosa sonrisa de satisfacción.

Supera eso, primo Antonio.

Tras tratar de dormir 14 minutos, Lucas me despierta con otra de sus preguntas trascendentales.

- ¿Quién es mejor? ¿Messi o Cristiano? Yo creo que...

Pero ya no puedo más, y antes de que siga divagando solo, me quito las gafas, y le digo muy serio:

- Mira Lucas...ERES MUY PESADO. Te estoy diciendo que quiero dormir y te da igual. !DÉJAME EN PAZ, por favor!

Lucas me mira un instante y, acto seguido, con los ojos acuosos y un ligero temblor en la barbilla, se pone a mirar por la ventana.

- ...Perdona...es que me da un poco de miedo viajar sólo...

Y se pasa fugazmente, como para que no le vea, el dorso de la mano sobre una lágrima con vocación de suicida que se precipita mejilla abajo, sin dejar de mirar ni un instante por la ventana.

Se me congela la sangre. Una garra oscura me estruja el corazón hasta dejarlo sin una gota. Un huracán arrasa mi interior.

Soy un ogro.

Soy un monstruo sin corazón.

Soy Gargamel.

Soy peor que Herodes.

 

- Oye, Lucas...perdóname, tío – le digo.

Lucas asiente con la cabeza, sin decir nada.

- Venga, te invito a comer algo

Ya me mira, un poco más contento, y me acompaña a la cafetería.

El camarero nos atiende mientras observo los diferentes bocadillos en un tablón.

- ¿Qué te pongo campeón?- pregunta el camarero.

- Puesss...un bocadillo de jamón, por favor- respondo sin dejar de leer el tablón

Para mi sorpresa y mayor vergenza, lo de "campeón" no iba dirigido a mí, por supuesto, sino a Lucas.

El camarero se me queda mirando fijamente como diciendo "Hablaba con el niño, no contigo, pringado".

Pago la nutritiva comida de Lucas (2 donuts, un phoskito y una Coca-Cola) y nos sentamos a hablar.

Y hablamos de barbas, novias, perros (tiene un pastor alemán llamado Nano), de fútbol, de cine (presume de haber visto más de 100 veces Los Increíbles, hazaña que puse en duda, y que me rebatió citando diálogos de memoria), de su campamento, de su diente, del Ratoncito Pérez que siempre le deja 30 euros (no parece que le afecte la crisis a su Ratoncito Pérez), de patatas fritas (su plato favorito) ,de natación, de su padre que toca el violín y de su hermana pequeña

- ¡Lucas!...! ¡me has dado un susto de muerte!...¡Te llevo buscando un rato!- dice una azafata que aparece por la puerta.

Y me fulmina con la mirada, como si yo fuera el mismísimo secuestrador de Madeleine.

- Venga, que ya casi hemos llegado. Te llevo con tu madre que te estará esperando ya- y le da la mano a Lucas.

Y justo cuando se está yendo, se me acerca, me tira del polo hacia abajo, y me da un abrazo y un beso en la mejilla.

- Adiós. Y perdona por haberte despertado. Y no le digas a nadie que me da miedo viajar solo.

Y me echa una mirada con sus enormes gafas.

Y yo, con la voz un poquito quebrada, sólo puedo decir:

Hasta luego, Lucas

El guardián entre el centeno

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

Los 13 libros que leí mientras esperaba a Gini

$
0
0

A Gini le gustan los chicos que leen y que se pasan la mano por el pelo mientras leen y se quedan despeinados.

Virginia se enamora – Ray Loriga

Desde que leí esta frase en un cuento de Ray Loriga, hace ya muchos años, siempre quise encontrar a una chica como Gini.

O que ella me encontrara a mí.

Los vagos somos así.

Desde entonces, sigo leyendo y leyendo, y pasándome la mano por el pelo cuando lo hago. Por si algún día me encuentro con Gini. No vaya a ser que me pille peinado y leyendo el MARCA.

Así pues, les paso a recomendar algunos de los libros que he leído (o releído) durante este 2012. Mientras esperaba a Gini.

Y que me quiten lo bailao

Aquí tenemos de todo: libros divertidos, libros clásicos, libros bonitos, libros para regalar, libros para que te regalen, libros de música, libros que provocan carcajadas, libros con los que llorar (o eso me han dicho), libros de poesía, libros que emocionan.

Son 13 libros. Sí, 13. 13 libros para el 2013. Paso de supersticiones, mayas y números malditos. Porque, tal y como decía Santiago Segura en El Día de la Bestia, "no soy supersticioso porque da mala suerte."

Aquí van. Espero que les gusten. Y ya saben dónde encontrarme para compartir impresiones. Aquí no cerramos nunca.

1. MIS PÁGINAS MEJORES – Julio Camba

Julio Camba es el mejor articulista de España. Lo cual tiene cierto mérito si tenemos en cuenta que lleva muerto 50 años. Pero es así. El mejor, sin discusión.

Genial escritor, corresponsal en mil ciudades, divertidísimo cronista, políglota, dormilón sin remedio ni solución, incansable viajero, glotón insaciable, amante del buen vivir y, en sus últimos años de vida, inquilino fijo de la habitación 383 del Hotel Palace, sin pegar palo al agua.

Es imposible no querer a un tipo así.

Lean a Julio Camba. Y ya me darán las gracias en forma de copa.

2. ERES EL MEJOR, CIENFUEGOS – Kiko Amat

En este bar somos muy, muy, pero que muy, de Kiko Amat. Tras sus extraordinarias primeras novelas (El día que me vaya no se lo diré a nadie, Cosas que hacen BUM y Rompepistas) se enfrentaba a un reto nada fácil: escribir un libro sobre el bueno de Cienfuegos, un escritor has-been con síndrome de Peter Pan, sumido en una crisis sentimental, existencial y económica.

El resultado, doy fe cual notario, es magnífico. Una historia de amor agridulce salpicada por el brutal sentido del humor británico de Amat y sus ya habituales referencias musicales.

Eres el mejor, Kiko Amat.

3. LA HOGUERA DE LAS VANIDADES – Tom Wolfe

De un tiempo a esta parte, siempre que estoy en una cena o tomando una copa, me suelen hacer preguntas apocalípticas estilo Qué-5-libros-te-llevarías-a-una-isla-desierta. Mi respuesta es que es un tema irrelevante dado que mi esperanza de vida como naúfrago sería de un máximo de dos semanas,  puesto que soy un pésimo pescador y un más lamentable cazador aún. De construir una cabaña mejor ni hablamos. Apenas logro montar con éxito un mueble de Ikea.

A pesar de esto, suelo incluir en mi lista La hoguera de las vanidades, novela potentísima de Tom Wolfe. Siendo un libro escrito hace más de 20 años, su lectura en estos tiempos que corren y "conlaqueestácayendo" es más apropiada que nunca.

Tenemos mucho que aprender de las peripecias de Sherman McCoy.

Además, estamos hablando de Tom Wolfe, un escritor lo suficientemente zumbado como para vestir todos los días con traje y sombrero blancos. Mito.

4. MEMORIAS DEL ALZHEIMER - Pedro Simón

Pedro Simón escribe con estilo impecable, facilidad pasmosa e insultante belleza. En este libro, emotivo como pocos, recopila la experiencia que supone vivir con la terrible enfermedad del Alzheimer a cuestas. Lejos de dar una imagen tétrica y dura de la enfermedad, se centra en los momentos más emotivos, tiernos y hasta divertidos que dejan tanto los afectados por este mal, como sus cuidadores. Pasqual Maragall, Antonio Mercero o Eduardo Chillida son algunos de los protagonistas que viven a lomos de ese caballo de Atila que es esta enfermedad, ese caballo que por donde pisa ya no vuelve a crecer el recuerdo.

Piel de gallina en algunos momentos.

5. LOS MERCADERES DEL CHE - Álex Ayala Ugarte

He repetido hasta la saciedad mi debilidad por esta pequeña editorial, Libros del KO, nacida tras una reunión en un tejado de tres cerebros, eminencias académicas insensatos, e ingesta masiva de cerveza mediante. Estos locos decidieron lanzarse a la piscina editorial y empezar a publicar libros de periodismo. Periodismo de verdad. Periodismo que huele a trinchera, pólvora, calle, tierra y tinta. Sus libros (creo que he leído prácticamente todo su catálogo) son brutales, de un nivel altísimo. Es un auténtico lujo y un privilegio encontrarse con proyectos así en mitad de este huracán llamado Crisis. Benditos insensatos.

Los mercaderes del Che es un libro delicioso (no soy muy fan de emplear este término pero aquí haremos una excepción) que recoge pequeñas historias de personajes fascinantes por todo Sudamérica. Por momentos, uno empieza a entender de dónde sacaba esas historias y personajes Gabriel García Márquez para sus libros preñados de realismo mágico. Me encanta, además, el estilo a la hora de escribir de Álex Ayala, pues el foco lo centra en sus personajes, en sus vivencias y en sus historias.

En definitiva, un libro lleno de textos fascinantes.

6. ¿QUÉ ES EL QUÉ? - Dave Eggers

Este libro cuenta, de forma novelada, la tremebunda y asombrosa historia de Valentino Achak Deng y Los Niños Perdidos del Sudán, un grupo de chicos que, al estallar la guerra en Sudán, tuvieron que huir andando hasta Etiopía, sin adultos de por medio, como un improvisado ejército de huérfanos. Dave Eggers es uno de los escritores jóvenes con más talento y en este libro así lo demuestra, contando una genial aventura que te dejará boquiabierto.

Una historia jaw-dropping, que dirían los anglosajones.

7. MEMORIAS LÍQUIDAS - Enric González

Este libro, el primero de Jot Down Books, es el único de la lista que aún no he leído. Y no por falta de ganas, créanme, sino porque aún no me ha llegado a casa.

Qué encontraré es una incógnita. Que me gustará, una certeza.

Si tropezara con una lámpara mágica y algún genio me concediese tres deseos, pediría: a) jugar al fútbol como Zidane, b) una noche con Natalie Portman y c) escribir como Enric González. Ni riquezas, ni paz mundial, ni el fin de la crisis, ni historias. Seré un frívolo. Pero al menos un frívolo con buen gusto.

Con Enric González me pasaba lo mismo que de pequeño con los libros de Teo: me interesan todas sus aventuras. Enric va a Londres. Enric va a Nueva York. Enric va a Roma. Enric va al fútbol. Y si Enric un día va al zoo y decide escribir un libro al respecto, lo compraré. No tengan la menor duda.

8. THE ABSTRACT CITY - Christoph Niemann

Este libro es INDISPENSABLE. Lo pongo así, en mayúsculas y negrita, porque no puedo ir casa por casa para regalarles esta maravilla. Si tuviera presupuesto y tiempo, lo haría. Sin ninguna duda. Y disfrazado de Rey Mago. Que yo soy muy de meterme en el papel.

Christoph Niemann es un genio que se dedica a ilustrar las páginas de publicaciones del New Yorker o el New York Times. Tiene un agudísimo sentido del humor y una forma de explicar cosas cotidianas que te hacen pensar "hey, a mí me pasa exactamente lo mismo". A lo largo de este libro, Niemann muestra con unos diseños, espectaculares y muy particulares, su desmedida pasión por el café, su fobia a los cables, la obsesión de sus hijos por el metro de Nueva York, sus manías a la hora de viajar en avión o sus problemas para conciliar el sueño.

Una maravilla de libro. Busquen y encárguenlo en Amazon.

9. MEMORIAS DE UN AMANTE SARNOSO - Groucho Marx

Es imposible escribir sobre este libro sin sentirse tentado a abrir cualquier página al azar y empezar a reírse como un maníaco en completa soledad con las ocurrencias de este genio.

Groucho Marx relata en este libro muchos de sus fracasos sentimentales con su ya archifamoso sentido del humor.

Una cosa bárbara.

10. ME ACUERDO - Joe Brainard

Estamos ante un libro muy peculiar que me gusta mucho regalar por lo original que es. Brainard era un pintor neoyorquino que decidió escribir una especie de catarata de recuerdos que empiezan siempre con un recurrente "Me acuerdo...". Bastante bonito y evocador, te transporta a ciertos momentos, olores y sensaciones de la infancia o adolescencia.

Paul Auster, que de esto sabe un rato, dice que es su libro favorito.

11. TODOS TE QUIEREN CUANDO ESTÁS MUERTO - Neil Strauss

Neil Strauss es uno de los periodistas musicales más influyentes. Ha entrevistado a lo largo de su carrera a cientos de músicos para revistas como Rolling Stone o periódicos como el New York Times. En este libro recopila muchos de esas entrevistas con algunos momentos surrealistas y descacharrantes.

Si les interesa la música y tienen curiosidad por el surrealismo que supone entrevistar a Snoop Dogg, el niñato insoportable que es en realidad Julian Casablancas de los Strokes, los excesos de Mtley Cre, las rarezas de Moby, quién hay detrás de ese personaje llamado Marilyn Manson, el carácter irascible de Phil Collins o la desnutrición intelectual de Christina Aguilera, éste es su libro.

12. AQUÍ – Wistawa Szymborska

Nunca he sido muy de poesía. Tal vez por falta de paciencia, interés o ganas. O por todo a la vez. No obstante, hace poco llegué a la conclusión de que si me gustaba leer y la música, me tenía que gustar forzosamente la poesía. O, al menos, no sentir esa brutal indiferencia hacia ella. Así que me dejé recomendar por el gran Antonio Lucas, periodista de El Mundo, firme defensor de la poesía y una de mis firmas favoritas de la prensa, quien me habló de varios autores que él considera esenciales. Desde ese momento ando bastante obsesionado con el tema éste de la poesía.

Quién me ha visto y quién me ve.

Una de mis favoritas es Wistawa Szyborska, sublime poetisa y Premio Nobel de Literatura en 1996. Sus poemas son maravillosos. Y de eso se da cuenta hasta un cenutrio como yo. Su libros "Aquí" o "Instante" han de ser fijos las bibliotecas de todas las casas.

13. EXPIACIÓN - Ian McEwan

Para cerrar, un libro bonito. Muy bonito. De mis favoritos.

Puede que vieran en su día la película, con Keira Knightley llevando un vestido verde espectacular. Bien, pues me da igual. Lean el libro también porque es una maravilla. Háganme caso. Y a Ian McEwan (entre mi Top 3 de escritores favoritos) le van a dar un Nobel. Seguro. Me juego con ustedes lo que quieran. No me vengan luego con que no les avisé.

 

Espero que les gusten algunas de estas recomendaciones. Y aquí, el abajo firmante, más que encantado de compartir con ustedes impresiones acerca de alguno de estos libros, bien en los comentarios, bien por mail, bien en twitter (@guardian_el_) o con un gin tonic delante.

O con 13 gin tonics, uno por libro.

Besos y abrazos según corresponda.

El guardián entre el centeno

Sígueme en twitter: @guardian_el_

 


Feliz Navidad desde el centeno

$
0
0

No quería dejar pasar la oportunidad de desearles unas felices fiestas.

Pero no voy a hacerlo de cualquier manera. No.

Me gustaría que fuera como hacemos – o intentamos hacer – las cosas por este bar. Me gustaría hacerlo con algo de estilo, mucho sentido del humor y, en la medida de lo posible, una pizca de elegancia.

Para ello he preparado una serie de vídeos que reflejan el espíritu navideño como lo entendemos por aquí.

Espero que les gusten.

1. Christmas is all around – Billy Mack

Me encanta este personaje que interpreta el siempre genial Bill Nighly en Love Actually.

Con ustedes, el gran Billy Mack, estrella de rock acabada, autodestructiva, solitaria y drogadicta.

Esto es lo que yo entiendo por tener actitud y estilo.

Grandioso.

I feel it in my fingers

I feel it in my toeeeeeees

"Niños, no compréis drogas. Haceos estrellas del rock y os las darán gratis." Billy Mack

Genio y figura.

2. "Must be Santa" – Bob Dylan

Si hay algo comúnmente conocido acerca del bueno de Bob es que es una enciclopedia musical ambulante. Conoce prácticamente toda la historia de la música popular americana con una erudición abrumadora.

Aprovechando esta circunstancia, hace un par de años sacó un estupendo disco de villancicos con fines benéficos.

Y una de las canciones era este alocado y gamberro Must Be Santa.

Imposible no querer a este Dylan navideño, espídico y con peluca.

3. Villancico de Phoebe

Nuestra desquiciada favorita nos deleita con una de sus surrealistas canciones en formato villancico. Aquí amamos con locura (y nunca mejor dicho) a esta pirada y somos los fanes número uno de su glorioso hit "Smelly cat".

4.  Qué es – Jack Skeleton

En la maravillosa Pesadilla antes de Navidad, Tim Burton (antes de volverse ya demasiado raruno hasta para él mismo) nos deleitaba con canciones y escenas sublimes.

Es una de esas películas que veo todas las navidades. Sin excepción.

Qué cosa tan bonita y bien hecha, oigan.

5. I hope this gets to you -The Daylights

Do you remember the Christmas lights/

We danced like kids, let the traffic go by.

Esta canción, que descubrí hace no mucho, me tiene obsesionado.

Además resulta que hay un video buenísimo de esta canción circulando por Youtube que un pimpollo grabó a su novia.

6. Champán y Federer

Hace unos días, charlando en Twitter con el gran @Octalop (síganle, es uno de los tipos con mejor gusto que circulan por ahí y cuelga unas fotos increíbles) me comentaba que Roger Federer es la única persona a la que se le puede y debe permitir ir en chándal. Le contesté diciendo que siempre sospeché que Federer tiene tanta clase que suda champán del 81.

Pues resulta que los de Mot Chandon, que están al tanto de todo, me enviaron a raíz de aquellos tuits un correo deseándome unas felices fiestas de una forma muy original: con un vídeo de Roger Federer, su flamante nuevo embajador mundial.

Al final va a ser cierto eso de que Federer suda champán.

Pura clase.

El gran Manuel Jabois (somos muy jaboisianos por aquí) escribió en su día esta maravilla en su artículo "Luz de Federer".

Cuando Federer sale a la pista la luz de la Historia lo ilumina desapasionadamente, con la furia con la que Zeus obsequiaba a Ulises en su retorno a Ítaca. Pero viéndolo correr con la raqueta levantada para ejecutar una derecha ya sabe uno que está delante de algo diferente. Sólo conduciendo la pelota por el campo el cuerpo de Zidane obedecía a una danza casi invisible que reducía voluntades: no era mejor que Maradona, pero era otra cosa. La clase siempre ha estado más cerca de la emoción íntima que del espectáculo de masas. Y si Federer es ya un mito bañado en oro es porque ha sabido colocarse los laureles de todos los tiempos dándole al público un tenis no demoledor ni sacrificado: un tenis diferente y de una pureza extrema que aún quemará cuando alguien lo toque después de muchas décadas.

Imposible estar más de acuerdo.

Y ya para concluir y a modo de despedida, un clásico absoluto con el que tradicionalmente siempre deseo una Feliz Navidad a mis amigos más cercanos...

Lo dicho: que pasen una Feliz Navidad. Y coman y beban lo que quieran. Pero sin moderación.

Y sean buenos.

O malos.

Lo que sea más divertido según las circunstancias del momento.

El guardián entre el centeno

Sígueme en twitter: @guardian_el_

pd: tengan esto muy presente de cara a ese 2013 a la vuelta de la esquina

(imagen que me pasó @martagllera, otra imprescindible en Twitter)

Como kamikazes enamorados

$
0
0

kh1bonjj8jp3k318

Las  batallas con las  mujeres son las únicas que se ganan huyendo

Napoleón Bonaparte

Fracasé una vez, fracasé diez mil y aún así alzo mi copa hacia el cielo

El hombre que casi conoció a Michi Panero – Nacho Vegas

 

Madrid, 14-I-2013,

Feliz año nuevo, Guardián

No es la primera vez que te escribo. Leo tus posts desde el comienzo, y te estoy muy agradecido por las risas que me echo y por todos esos libros, canciones y demás cosas que he aprendido en este blog gracias a ti y a todos esos lectores que aportan con sus comentarios.

En esta ocasión, sin embargo, es diferente. Hoy te escribo porque en nochevieja decidí apostar fuerte y, contra  todo pronóstico, este fin de semana tengo una cita con una chica que me vuelve loco desde hace meses. Y no quiero fastidiarla. No quiero meter la pata y que piense que soy un lerdo

¿Qué puntos consideras clave para quedar bien con una chica en una primera cita?

Un millón de gracias de antemano,

Eduardo

 

Madrid, 16-I-2013

Querido Eduardo,

Pedirme a mí consejo sentimental es una idea tan fabulosa como irte de ejercicios espirituales a Las Vegas, abrir un coloquio sobre Nietzsche en la casa de Gandía Shore o volver a lanzar al mercado la Cherry Coke: la probabilidad de éxito en tu empresa es entre nula y estadísticamente inexistente. Me temo, amigo, que tus planes tienen vocación de suicida.

Eres un kamikaze enamorado.

Lo cierto es que no sé cuántas copas llevabas encima cuando llegaste a la fatídica conclusión de que aquí, el menda, podría llegar a ser un buen asesor sentimental.

Pero aquí nos gustan los insensatos, los locos y, por supuesto, los kamikazes enamorados. Y admiro el arrojo de pedir consejo a un completo desconocido sobre un tema de esta índole.

Bien, pues ya que he sido preguntado, ha llegado el momento de dar mi punto de vista.

Por supuesto, todo lo que te diga de ahora en adelante carece de cualquier tipo de utilidad, puesto que ella es la que tiene la sartén por el mango. De hecho, tiene todo un juego de sartenes, bajo llave, en un armario en la cocina de su casa, protegida por fieros rottweilers.

Así están las cosas, amigo.

Pero veamos qué te puedo contar...

o-polnocy-w-paryzu

1. No digas "tengo una cita"

Las citas sólo se tienen con el dentista, para hacerte el DNI o si eres alguna de las chicas de Sexo en Nueva York.

Y tú, Eduardo, no te haces llamar Carrie ni llevas Manolos.

O, al menos, eso espero.

"He quedado a cenar con una chica". Punto.

Lo de "tengo una cita" es de una cursilería que roza lo esperpéntico y la viva prueba del daño que han hecho las películas románticas de Meg Ryan.

2. Puntualidad

dont-arrive-late-Hitchcock

Este punto, por ejemplo, a mí me cuesta cumplirlo sobremanera. Los que padecemos este problema crónico del fatal cálculo del tiempo-espacio es difícil que cambiemos a estas alturas de la película. Yo puedo asegurar que es algo que  trato de cambiar pero, como el que sufre alguna terrible adicción, es muy fácil volver a recaer en viejos hábitos. Basta con que lleves siendo medianamente puntual durante un par de semanas para que llegues 35 minutos tarde a una cena con amigos y eches por tierra todo ese trabajo.

La única lucha del impuntual es la de intentar ser puntual durante las próximas 24 horas.

Así que NO llegues tarde.

(Y si llegas tarde ten a mano una imaginativa excusa que incluya un accidente de helicóptero, una invasión alienígena y un tiroteo, todo al mismo tiempo, en las inmediaciones de tu casa)

3. Evita los "Monster Eyes"

you-dont-love-me-yet

En su libro "You don´t love me yet", el siempre genial Jonathan Lethem cuenta la historia de un músico bastante neurótico que, por algún extraño motivo, se dedica a autosabotear todas sus relaciones sentimentales. Siempre encuentra algún "pero" a todas las chicas con las que queda. Ante tal tesitura, decide componer, a modo de catársis, un tema relatando esta manía suya ("Monster Eyes") que acaba siendo un hit en todas las emisoras de radio.

En el libro explica así lo de sus "Monster Eyes":

Tengo esta condición llamada "Monster Eyes". Si estoy con una chica y encuentro algo que no me gusta, mis ojos enseguida lo magnifican. La última vez fueron las uñas de una chica. Empecé a pensar de pronto que eran muy raras, cortas y que estaban mordidas, y de repente, era eso todo en lo que podía pensar. Y cuando no eran las uñas, era su voz, su personalidad o su forma de besar.

A veces pienso que lo mejor que puedo por una persona es mantenerla lejos de mis Monster Eyes. Como se mantiene a un hombre lobo lejos de la luna llena.

Así que nada de Monster Eyes. No te vuelvas loco ni magnifiques detalles irrelevantes. Ni tiene los dientes demasiado grandes, ni eso es un bigote, ni el hecho de que tararee una canción de Pablo Alborán es motivo suficiente como para acabar con todo.

4. Zapatos impecables

Mr-Porter-shoeshine-2

So, take a shower, shine your shoes
you got no time to lose
you are young men and you must be living

Llevar los zapatos cuidados, relucientes y con buen aspecto a una cena con una chica desprende atención, detalle y dedicación. Son esas cosas que, a ciertas alturas, marcan la diferencia entre niños y hombres.

Menos Peter Pan y más John Lobb.

Y además, sólo con unos buenos zapatos de toda la vida es posible escuchar los propios pasos: el eco de ti mismo en una habitación, en una escalera, en un viejo café, en las calles de una ciudad antigua. En la madera del puente de las Artes de París, en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, en las noches silenciosas e invernales de Venecia. Unos buenos zapatos ayudan a creer que no pasas por la vida sin dejar huella. -

Arturo Pérez-Reverte

5. Invita tú

Y para mí esto funciona así de toda la vida de Dios.

6. El iPhone quieto, forastero:

A no ser que el Real Madrid esté jugando un partido crucial (en este caso tendrías mi bendición pero mucho me temo que no la suya) no estés consultando el iPhone cada 3 minutos.

Y tampoco lo dejes sobre la mesa como si fuera un revólver y estuvieras en un Saloon del Oeste.

7. No pidas lo mismo que ella

Si te encuentras en un restaurante medio civilizado, ella elegirá primero. Bien, pues una vez que ella haya hecho la elección, no tengas la brillante idea de pedir exactamente el mismo plato que ella. Por mucho que te apetezca ese risotto que has fichado a los de la mesa de al lado. Queda bastante raro. A no ser, claro está, que ella haya pedido el steak tartare. Si ella ha pedido el steak tartare, no hay reglas que valgan. Eso es la guerra.

8. Vino

Aunque seas nariz de oro, no te muestres excesivamente técnico con el vino. Puede resultar algo abrumador. Tampoco empieces a saborearlo, por muy estupendo que esté, haciendo ese ruidito de Hannibal Lecter en el Silencio de los Corderos, cuando le suelta a la pobre Jodie Foster que en una ocasión se comió el hígado de un fulano acompañado de unas "habas y un buen Chianti".

Y no pidas que te cambien la botella a no ser que te hayan servido ácido clorhídrico o empiece a salir humo y espuma verde de tu copa.

9. Evita el Efecto "Joey Tribbiani"

joey-doesnt-share-food

Lo sé.

Te entiendo perfectamente. De verdad que sí.

A mí tampoco me hace gracia compartir la comida. Máxime si ella es una de esas chicas que dicen que no tienen hambre pero luego picotean con total impunidad de tu plato.

Créeme. Sé lo que se siente. Es una sensación de impotencia devastadora.

Mi hermano y yo teníamos cruentas batallas en mi casa si alguno le cogía al otro una mísera patata frita. La comida siempre ha sido un tema muy serio como para jugar con él.

Pero, lo siento, tienes que ofrecer de tu plato. Y ni se te ocurra racanear, como hacíamos de pequeño en el patio del colegio marcando con el dedo el bocadillo.

Nadie dijo que esto fuera un camino de rosas, amigo.

10. Sentido del humor (No woman, No cry)

Make-a-girl-laugh-by-Marilyn-Monroe

"El sentido del humor es lo único que nos separa de las cucarachas, las rémoras y algunos escritores argentinos".

Kiko Amat dixit.

Pues eso. No han inventado aún droga más potente que hacer reír a una chica.

11. Temas tabú:

Religión, política, sexo, dinero, Mourinho, exnovios, Mario Casas, odio irracional hacia ciertos animales, padres y nombres raros (hay una ley no escrita que dice que si en una cena te ríes de un nombre raro, el 98% de posibilidades es que resulte que se llamen así su madre, su hermana mayor y su difunta abuela)

Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es que tratar según que temas en esas primeras cenas no conduce a absolutamente nada bueno. Posicionarse radicalmente diciendo que no votarías a cierto político ni a punta de pistola o que no soportas a los gatos puede resultar no ser la mejor puesta en escena.

Prudencia.

12. No mires a otras chicas

Aunque en la mesa de al lado estén jugando a pasarse los hielos Adriana Lima, Gisele Bndchen y Bar Refaeli. Aunque ella te diga "¿oh, has visto qué chica tan guapa?". Aunque interrumpa vuestra cena Sofia Vergara para que le ayudes a subirse la cremallera del vestido.

a) Hazte el loco.

¿Chica? ¿Qué chica? No he visto ninguna chica

b) Desprecio inmediato.

¿Esa chica de metro ochenta, piernas infinitas, curvas de parada cardiaca, ojos color almendra, melena cual catarata de caramelo fundido y dentadura perfecta? Psssstttttttttttttt. De verdad que no sé qué ves en ella.

c) Contacto visual inexistente. Ni mental.

Nunca olvides que las mujeres son maestros jedis adiestradas para leer mentes masculinas. Incluso cuando duermes.

13. Si vais a bailar

Malas noticias. A las chicas les gusta mucho bailar. Es terrible. Lo sé.

Solo te puedo decir que si acabas siendo arrastrado a cualquier tugurio para "bailar", ten muy presente las sabias palabras de Sun Tzu en el Arte de la Guerra

Cuando te muevas, sé rápido como el viento, majestuoso como el bosque, devastador como el fuego, inmóvil como las montañas, insondable como la oscuridad y ágil como el viento.

O, si eres un pésimo bailarín como yo, bebe hasta que te lo creas.

14. Festina lente

Este latinajo es una de mis frases favoritas de todos los tiempos.

Festina lente.

O en cristiano: apresúrate despacio.

Sé rápido y lento al mismo tiempo. Avanza y repliega. Decisión y prudencia. Sé delfín y ancla. Sé liebre y tortuga. Float like a butterfly, sting like a bee.

Ya me entiendes.

float like

15. Juégatela un poco, valiente

Haz un poco de caso a Quique, kamikaze enamorado.

Y juégatela.

Valiente.

 El guardián entre el centeno

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

Dedicado al kamikaze enamorado por prestarse encantado y a la Rhodes por la canción.

Incendios de nieve

$
0
0

0005_-_snow_in_new_york

Este tiempo plácido del retorno a los cuarteles del invierno es el tiempo bueno para la recapitulación, para el recuento de lo que ya pasó y de lo que aún está por venir.

Café de artistas y otros cuentos – Camilo José Cela

 

Nieva en Madrid y se siente ligeramente mareado, como si un gigante estuviera agitando una de esas bolas de cristal que algunos traen como souvenir de Nueva York.

Entra en el portal de su casa, sacudiéndose la nieve del abrigo. Tomás, el portero, deja sobre la mesa su decimoquinto libro de Stephen King, con mucho cuidado para no perder la página en la que se queda.

Cualquier día éste se vuelve loco con tanta novela de terror, como El Quijote, y nos sale con un hacha y nos descuartiza a todos.

Tomás sale a su encuentro raudo y expeditivo, contundente, tal y como haría Pepe ante un slalom de Messi.

Vaya día, eh.

Sí, sí, menudo día, madre mía.

Je, je.

Je, je.

Aquí tienes la correspondencia.

Gracias, Tomás.

En lugar de usar el ascensor, decide subir las escaleras a pie y así hacer entrar en calor sus entumecidas piernas. Sube los escalones de dos en dos. Como siempre ha hecho desde niño. Old habits die hard.

Entra en casa y deja las llaves en un mueble de la entrada al tiempo que, a tientas, trata de dar con el interruptor. Echa un vistazo a las cartas mientras se va desprendiendo de su kilométrica y asfixiante bufanda, una especie de anaconda de lana. Los guantes se los quita con ese proceso tan poco elegante como socorrido: primero usando los dientes, y luego sacudiendo enérgicamente la mano, como si en vez de un guante se quisiera quitar de encima un alacrán.

Extractos del banco. Facturas. El gimnasio. The Economist. Publicidad de un nuevo restaurante japonés. Canal +. El Corte Inglés.

Y de pronto, ese sobre. Ese maldito sobre.

Un horrible presentimiento le recorre el cuerpo.

ZAS.

Siente como si una de esas perfectas katanas de Kill Bill le atravesara el corazón, de lado a lado. El plato del día, caballeros, brocheta de corazón.

Toca el sobre como si fuera una bomba. Ese sobre de textura impecable. La letra, de trazo grueso pero tan bonita como elegante, en negro, como de una imprenta del siglo XVI.

O es una invitación a una cacería con Carlos V en el castillo de Torgau, o es una invitación a una boda, piensa.

Se inclina por lo segundo.

Mira el remitente.

Suspira.

El corazón en los talones.

Incendios de nieve.

Se temía que fuera ella.

Lo rompe. Lo rompe como algún día rompió sus medias.

Observa el tarjetón. Ese papel grueso. De un color crudo. La poca luz que hay en ese momento le da un toque aún más elegante. Sutil. Impecable. Por un momento se siente tan abatido como Patrick Bateman al ver las tarjetas de sus colegas banqueros en American Psycho.

Y lee.

¿Cómo es posible que me haya invitado?

¿Por qué?

Lee el nombre de ella. Otra vez. Ese nombre que le hacía dar un respingo un tiempo. Ese nombre con el que le hizo un disco de canciones. Ese nombre.

Y lee el nombre de él. Y sus apellidos. Sus múltiples apellidos, largos, como de otro tiempo, separados por un sinfín de guiones y preposiciones.

¿Pero con quién coño te casas? ¿Con un puto templario? He visto elfos en el Señor de los Anillos con un árbol genealógico menos denso que este tipo.

¿Pero por qué me invitas?

La última vez que se vieron fue en Serrano, una mañana de septiembre bastante primaveral, lo que suele ser bastante desconcertante. Ella salía de Le Pain Quotidien. Un brunch para la resaca, dijo, quitándose las gafas sol y dejando ver unas ligeras ojeras malvas. Hasta las ojeras eran elegantes en ella. Pero a él eso del brunch le sonó como rascar en la pizarra con las uñas. Sigues odiando esa palabra, observó atenta. Y él se rió. Old habits die hard, pensó. Ella llevaba unas bailarinas, lo que le hacía un poquito más baja, y dejaba entrever esa hendidura entre el dedo meñique del pie, separando el otro. Ese territorio por el que él hubiera matado y clavado su bandera frente a otros. Porque mi patria son sus caderas. Sus labios mi bandera, le cantaba cuando estaban bien. Que apenas fueron semanas. Pero qué semanas.

Oye, que me caso, le dijo ella.

Y él sonrió. Sonrió por no llorar. Sonrió sardónicamente. Sonrió como una azafata comunicando a los pasajeros que su avión se va a estrellar. Sonrisa de funeral. Sonrisa de rigor mortis. Sonrisa de bandera blanca desde las trincheras.

Por esa sonrisa. Me invita por esa estúpida sonrisa. Debo ser mejor actor de lo que sospechaba.

Una vez se encontró a sus amigas en un bar. Estaba conmigo. Estaba borracho. Preguntó por ella. Por preguntar. Como se pregunta por el tiempo o por el trabajo. Tranquilo, el tiempo lo curará todo, le soltó una. Filosofía de galletas de la fortuna. ¿Eso dónde lo has leído, en la Superpop? Mirada de odio. Mira, la vida no es un puto yogur con una fecha de caducidad. El amor no se consume preferentemente, el amor te consume. Que te enteres. Y se hizo un silencio tenso. El silencio loco.

Ciclogénesis explosiva de recuerdos.

El tiempo es un huracán.

700_0lxi1v3satoqbghz0j8po7vajlm3zayg

Vuelve a ver la invitación.

Ahora siente frío.

Pero no viene de la calle. Viene de dentro. De dentro de él.

Como cuando era pequeño y su padre le echaba la bronca. Como cuando caes en la cuenta de que has perdido la cartera. Como cuando aprendiste que Michael J. Fox no se convertiría nunca en hombre lobo, ni regresaría más al futuro. Como cuando ya nadie te llama desde la ventana para que dejes de jugar en la calle y subas a cenar de una maldita vez. Como cuando le dijeron que su abuelo había muerto.

Ese frío. Ese inconfundible frío.

Abre la ventana. Sigue nevando. Inspira aire por la nariz. Echa un último vistazo a la invitación. Hace un avión con la tarjeta y lo lanza al vacío. Hace un pequeño tirabuzón, meciéndose en el aire con cierta gracia, para luego caer en picado, a una velocidad admirable.

Y piensa que no deja de tener cierta ironía que el de ella sea de los pocos aviones volando bajo ese temporal.

Old habits die hard.

Y cierra esa ventana.

Para siempre.

 El guardián entre el centeno

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

Las chicas de las canciones

$
0
0

GirlUke

La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te trae cualquier otra cosa.

Tokio ya no nos quiere - Ray Loriga

A veces las cosas más nimias son las que más recuerdos traen. Que se lo digan a Proust y su magdalena o a Murakami con la canción Norwegian Wood de los Beatles.

Estoy pensando en todo esto, delante del folio en blanco, mientras espero a que se enfríe uno de esos nefastos cafés nocturnos que me solía preparar en época de exámenes, capaces de hacer vomitar a una cabra, pero tan cargados que te mantenían despierto durante una semana.

Ese olor a café.

Ese olor a café frío, a víspera de examen, a noches en vela, a luz de flexo y a apuntes fotocopiados con letra de chica. Ese olor a subrayador, a llamadas nocturnas de auxilio, a "yo el tema 8 me lo fumo que no llego" y a goma de borrar.

O como cuando vas andando por calle, pensando en tus cosas, y pasa una chica a tu lado con ese olor y entonces llega El Pasado con sus colegas Los Recuerdos y te dan una paliza de la que tardas horas en recuperarte.

O una foto.

O un bar.

O una canción.

Sobre  todo las canciones.

Balas perdidas del tiempo que te alcanzan cuando menos lo esperas. Un boomerang que lanzaste en su día y al que diste la espalda. Una mina que explota años después. Un volcán que entra en erupción cuando llevaba décadas inactivo.

Las chicas de las canciones. Siempre me acuerdo de ellas cuando suena una canción en la jukebox de la memoria.

Una canción. Una chica. Un recuerdo.

Y a veces es una carcajada. Y a veces es una putada. Y a veces es una nostalgia simpática. Y a veces es divertido.

Aquí están las chicas de las canciones (pueden escuchar la lista en Spotify hacienco clic en cada canción) y sus recuerdos. Amigas, antiguas novias, madres, amores adolescentes, proyectos fallidos, dolorosas derrotas, épicos triunfos, estrepitosos fracasos, amores que matan y nunca mueren y chicas fatales.

Chicas, en definitiva.

Sin orden ni concierto. Como deben ser los recuerdos.

Rebeca Jimenez De que lado estas?

rebeca-jimenez

Ella era una de esas chicas que cada día están más guapas. Lo cual es raro.

Ella era una de esas chicas que nunca me hizo caso. Lo cual no es tan raro.

Daba la vuelta al sandwich mientras se lo iba comiendo, era lista como ella sola y resolvía los jeroglíficos más rápido que nadie. Escuchaba a Los Planetas y yo me metía con ella. Pero si no se entiende nada de lo que dicen. Era imbécil. Yo, claro. Porque ella siempre fue una chica lista. Tal vez por eso nunca me hizo caso.

Y me recuerda a Rebeca Jiménez. Y sé que el vídeo le gustaría.

Lissie Pursuit Of Happiness

3544294024_f17cd429e2

En ocasiones, para tranquilizar a los caballos más agresivos, nerviosos e inquietos,  meten una gallina o una oveja en sus cuadras, y así no corren el peligro de hacerse daño ellos solos. Esto tiene un efecto tranquilizador en ellos: sienten compañía y andan con cuidado para no lesionar al nuevo roommate.

Cuando era pequeño y mi padre me llevaba con él a ver caballos, me hacía mucha gracia ver algunos de esos colosales purasangres acompañados de una inseparable gallina u oveja. Parejas bastante cómicas pero que se complementaban muy bien.

Ella era como una de esas gallinas. Mi don´t worry be happy. Mi clonazepam.

Y nadie guiñaba el ojo como ella

¡Que el barco se está hundiendo! Ella me guiñaba un ojo.

¡Que el cielo se va a caer sobre nuestras cabezas! Ella me guiñaba un ojo.

Y entonces me tranquilizaba.

Lisa Hanngian I Don't Know

41303_1

Era verano y yo trabajaba en Londres. Iba mucho a un bar en King´s Road que se llamaba Babushka. Me hice hasta amigo de uno de los dueños, un tipo de lo más extravagante y bastante divertido. Al poco tiempo de volver a España, leí que había acabado en la cárcel por estafa y pedir un préstamo de 2.5 millones de libras que en ningún momento tuvo intención de devolver. Siempre tuve buen ojo para la gente.

Una noche conocí en este bar a una chica guapísima, mitad sudafricana, mitad inglesa, que bebía vino tinto y bailaba "Brown Eyed Girl" como no he visto a nadie hacerlo. Una Chelsea girl en estado puro. Tienes que escuchar el disco de Damien Rice. Me encanta la voz de la chica que canta con él. Una y otra vez me lo decía.

Yo quería su teléfono y ella que dale hilo a la cometa con el llorica de Damien Rice.

Que si Damien Rice tal. Que si Damien Rice cual. Que si Damien Rice esto. Que si Damien Rice aquello.

Lisa Hannigan era esa voz femenina que acompañaba a Damien Rice. Y siempre me acuerdo de aquella Chelsea girl cuando suena la voz de esta irlandesa.

Janis Joplin Mercedes Benz

0000288003_500

Un mañana de Reyes Magos, con apenas 9 años, tenía un disco de esta señora esperándome en el salón de casa. Yo había pedido algún disco espantoso de moda y mi padre decidió de forma unilateral que de eso nada, que la música es un asunto muy serio como para perder dinero y tiempo con tonterías. Nunca podré estarle lo suficientemente agradecido por estas dictatoriales decisiones. Porque así fue como llegué a conocer a Janis Joplin, a Enrique Urquijo, a Johnny Cash o a la Creedence.

Me vuelven loco las canciones cortas. Y ésta, con una crítica social bastante ácida, me entusiasma.

Mi madre tuvo una época un Mercedes Benz heredado de mi padre y muchas veces sonaba esta canción en el coche cuando volvíamos del colegio.

Y cada vez que suena, cada vez que la escucho, cierro los ojos y me acuerdo de su moño, de aquel Mercedes Benz, de sus expresiones, de sus broncas

Hablemos de langostas

$
0
0

 

Elgort09

Todos los que pertenecemos a la misma generación compartimos una serie de virtudes y defectos que llevamos por bandera.

Para bien o para mal.

Algunos dicen de mi generación que somos los más preparados.

Tal vez, me temo, sea mejor prescindir del -pre y dejarlo en los más parados.

Otros dicen que no tenemos aguante. Que somos unos conformistas. Que no leemos. Que no sabemos arreglar cosas. Que no entendemos de música. Que nos gastamos en drogas la arena de los sueños y la pasta de la revolución, como canta Pablo Moro. Que somos unos blandos.

Que si patatín. Que si patatán.

Pues bueno. Pues vale. Pues me alegro.

No voy a entrar en sesudas disquisiciones sobre qué generación es mejor o peor ni tampoco seré yo el que valore otras generaciones, achicando espacios y escurriendo el bulto, porque eso es algo que no va en el libro de estilo de este blog.

A mí me gusta mucho mi generación. Y punto. Esa generación que iba medio autista con los walkman y los Replacements sonando a todo volumen, la que ingirió cantidades industriales del peligrosamente adictivo TANG y la que se crió con un Darth Vader con la voz de Constantino Romero.

Era imposible que saliéramos medio normales.

5119GHoyNCL._SL500_SS500_

Pero, al margen de todo esto, si hay una peculiaridad que nos une y que nos hace en cierta forma especiales (aún no sé si para bien o para mal), es que somos una generación capaz de comparar cada momento de nuestras vidas con un episodio de FRIENDS o de Los Simpsons.

Este fenómeno es tan inexplicable como extendido y no deja de resultar fascinante esa rapidez mental con la que acudimos a nuestro archivo mental de capítulos de estas dos series para establecer paralelismos (e incluso extraer conclusiones) para cualquier asunto cotidiano de nuestro día a día.

Para cada situación, trivial o vital, siempre hay un capítulo de Friends o Los Simpsons que refleja, minuciosamente y carcajada mediante, esa misma historia.

Así somos. Y me siento orgulloso, no crean.

Pensaba justo en esto el otro día, cuando estaba en uno de esos tugurios nocturnos de suelo pegajoso y copas infames que insisto en seguir visitando por Dios sabe qué oscura razón. Mientras me posicionaba en la barra para pedir algo con graduación alcohólica que echarme al gaznate, sacando codos, al más puro estilo Dennis Rodman tratando de capturar un rebote, me encontré con una amiga a la que hacía bastante tiempo que no veía.

Mi amiga pertenece a esa clase de chica muy guapa (extremadamente guapa) y muy lista (extremadamente lista) pero que, por algún extraño misterio que nadie alcanza a comprender, siempre anda embarcada en alguna relación tormentosa y traumática.

La vida sentimental de mi amiga es como un tango: hay pasiones, traiciones, enfados, gritos, peleas, lloros , dramas y triángulos de amor bizarros.

Así pues, entre empujones y codazos, empezó a contarme su último culebrón: una turbulenta historia de amor en la distancia con infidelidades, sufrimientos y demás aditivos que convertirían "Esplendor en la hierba" es una simpática comedia de amor adolescente.

001-esplendor-en-la-hierba-espana

Y serían las copas, el cansancio, los recuerdos o que sonaba de fondo la espantosa "Te pintaron pajaritos", pero la cuestión es que casi se puso a llorar. O sin el casi. Confessions on a dance floor.

En este tipo de situaciones mi capacidad de reacción es bastante lenta. No sé qué se espera de mí. No creo que sea lo más elegante zanjar el asunto con ese par de palmadas que solemos dar en la espalda al amigo de turno de bajón y que debemos pensar entre nosotros que tienen un efecto milagroso, como si fuéramos capaces de curar la lepra mediante la imposición de manos. En esas situaciones, con una chica, mi rapidez de reflejos es similar a la de un oso disecado.

Y entre sollozos me dijo:

"Es que no encuentro a mi media naranja".

Mi.

Media.

Naranja.

 

Lo cierto es que si hay una expresión que detesto, coronando la Lista de Las Cosas Que Más Aborrezco Del Mundo (e incluyendo dentro de esta categoría el queso azul, todas las canciones de Eros Ramazzotti, los atascos, la frambuesa en la tarta de queso, los libros sin marcador de páginas, la nata en el café, los anuncios de detergentes y Mercedes Milá), es ésta: la de la media naranja.

Lo siento, pero no puedo con ella. Es algo superior a mis fuerzas.

El día que me muera, de hecho, quiero que en mi lápida quede escrito: "Aquí reposa El guardián entre el centeno: buen padre, leal marido y apasionado madridista que combatió ferozmente el uso de la expresión "mi media naranja" hasta el fin de sus días".

Creo que para encontrar la raíz a mi antipatía hacia esta expresión, habría que hacer una de esas introspecciones regresivas, y remontarnos a mis años de juventud, cuando se emitía en televisión un espantoso programa llamado "Mi media naranja", el cual representaba todo lo que siempre he odiado en televisión: era cursi, era casposo y era indiscreto.  No lo soportaba. Luego llegó "Lo que necesitas es amor" y ya rompimos todas las barreras de la cursilería y la vergenza ajena. Hasta el infinito y más allá. Pero ya continuaremos con mis traumas televisivos en otro momento.

Volvamos a mi amiga.

Mientras me relataba sus tribulaciones, tropiezos sentimentales e injusticias masculinas, que estaban a punto de hacer que abandonara todo tipo de esperanza en el sexo opuesto (esto es, en el mío) y meterse en un convento de monjas del Corpus Christi a hacer pastas, lo de la media naranja seguía rondándome la cabeza.

Ella buscaba una respuesta.

Yo no sabía qué decir.

Ella lloraba.

Yo miraba hacia los lados buscando una salida.

"Te pintaron pajaritos en el aire" continuaba sonando a todo volumen.

Era, en definitiva, una situación incómoda.

Pero había que ser honestos. Brutalmente honestos.

fotos2_HB

Sabía que no iba a poder arrojar mucha luz a su tormentosa vida amorosa. No había ninguna amiga suya cerca para soltar un manido "Jo, tía, pasa de él". Me negaba a recurrir a esa cursilada  de que su "Príncipe Azul" ya aparecería, como si hubiera perdido el último metro pero fuera a aparecer enseguida, porque ésos de leotardos solo aparecen en los cuentos de Disney, generalmente compartiendo escenas con un jabalí que habla o un candelabro que domina el francés lo cual, llámenme escéptico, no hace sino alimentar mi teoría de que no existe tal príncipe.

Yo solo quería que cambiara eso de la media naranja.

Porque las medias naranjas no sirven para nada. Son iguales entre sí y su única finalidad en la vida es ser exprimidas para su consumo inmediato, porque si no se oxidan, se le van las vitaminas y no sirven para nada. Y de ahí, directas al cubo de la basura.

Casi preferiría un medio limón: algo con un toque ácido, de gin tonic en gin tonic y como la canción de mis queridos Circodelia.

Pero nunca una media naranja.

Eso jamás.

Y, mientras pensaba alguna cosa que decir a mi amiga,  algo hizo clic en mi cabeza.

Y me acordé de nuestros clásicos (FRIENDS, no Sócrates ni Platón) y de una broma que siempre me hace mi amigo Luis, que ve aproximadamente una temporada de Friends por semana, en bucle (y no, no es broma).

Así que el único consejo que di a mi amiga, probablemente inútil, fue que se olvidara de medias naranjas, de personas iguales, de novelas de Federico Moccia, de Jude Law en The Holiday, de encontrar a alguien con los mismos gustos, opiniones y preferencias, y que buscara por ahí a su media langosta.

Sí, su media langosta.

Alguien con quien le guste pasear. Y punto.

Como esas "venerables langostas" de las que habla Phoebe. Y sin pedir peras (ni medias naranjas) al olmo.

Alguien divertido con quien andar del restaurante a tomar copas o de vuelta a casa. Alguien agradable con el que hacer un trayecto en coche por las mañanas. Alguien con quien ir de compras al supermercado no sea un suplicio. Alguien con quien la cola del cine se haga corta. Alguien con quien sea agradable ir andando hasta al dentista.

Sólo eso. Tan sólo eso. Simplemente eso.

tumblr_lcsr0nX7IE1qcu8s6o1_500

Porque la vida, al fin y al cabo, no es más que eso: un paseo.

Al menos que sea divertido, ¿no?

No sé si ayudé en algo a mi amiga con esto de las langostas.

Pero tal vez le sirva para que no le pinten más pajaritos en el aire.

El guardián entre el centeno

Sígueme en Twitter: @guardian_el_

 

Viewing all 57 articles
Browse latest View live