Santander, eres novia del mar
Que se inclina a tus pies
Y sus besos te da.
A los 18 años hice las maletas, con cuatro camisas, una raqueta de tenis con la que he jugado la abrumadora cifra de 7 partidos (a mí también me sorprendió que no me llamasen para sustituir a Nadal como abanderado), las cartas de una chica que se olvidó de mí a los 3 meses, mi libro de "El guardián entre el centeno" y salí disparado de Santander hacia una ciudad que me enseñaba las piernas prometiéndome que lo íbamos a pasar bien. Pongamos que hablo de Madrid.
Siempre he pensado que las ciudades son mujeres. París es esa señora elegante con un tren de vida demasiado alto y que siempre acaba con un fulano con un Aston Martin. Roma es tan loca, espontánea y anárquica como guapa, misteriosa y repleta de lunares por descubrir. Lisboa es esa chica que te enamora porque sí. Madrid es la vecina revoltosa, divertida y siempre con ganas de jarana. Nueva York es un huracán de 18 años y largas piernas con la que no duras más de 3 meses, pero oye, qué 3 meses.
Y tú, Santander, puede que no seas la más guapa del mundo pero eres más guapa que cualquiera. Tienes mal carácter y muchas veces te ronda la cabeza una nube negra y te da por lanzar truenos y relámpagos. Pero, ay amiga, cuando quieres, cuando te da la real gana, eres la mejor. Tan insuperable y tan perfecta. Lástima que tu novio fue, es y será el mar, y contra ese cabrón de ojos azul verdosos jamás podré competir. Porque hasta yo me enamoro de él.
Y siempre acabo volviendo a tu lado. Tarde o temprano. Como el que manda un whatsapp a las 5 de la mañana a una exnovia. Me inyectaste tu veneno de salitre y no importa dónde esté que siempre vuelvo como un boomerang para terminar la noche bailando un vals contigo en la Plaza de Cañadío, pisando los cristales de las copas y botellas caídas en combate, mientras el cielo cae sobre nuestras cabezas, el Racing de Radchenko y la economía se hunden y María Blanchard nos pinta con su pincel desde algún lado.
Y siempre acabo volviendo a mi cuarto, donde suena todo trapo el Blonde on Blonde de Dylan entremezclado con los graznidos de alguna gaviota despistada mientras Tintín, Astérix y Obelix vigilan mis sueños.
Un buen día en Santander (leer con la canción "Un buen día" de los Planetas sonando a un volumen ridículamente alto)
10:00 -11:00
Despertarte e insultar a las gaviotas, agitando el puño, con descalificativos que harían palidecer al mismo Capitán Haddock. Meter la cabeza debajo de la almohada. Cambiar de postura. Seguir durmiendo.
11:00-11:30
Ducha y desayunar un sobao de Máximo Gómez (Paseo de Pereda, 7). Un sobao de verdad, un sobao pasiego, de esos que absorben un litro de leche nada más sumergirlo en el vaso, mientras se lee tranquilamente los chismorreos de fichajes en El Marca de verano o alguna columna veraniega de Gistau, Montero Glez o Elvira Lindo.
Ni magdalena proustiana ni historias. Un sobao de Máximo Gómez sí que te devuelve a la infancia.
12:00 – 13:00
Partido de fútbol en la playa de El Sardinero seguida de un baño en sus aguas frías (el mejor remedio que conozco para combatir la resaca).
Mi depurada técnica con el balón fue pulida en la arena mojada de El Sardinero, jugando descalzo o con los famosos pinkis sujetados con rudimentarias tobilleras (algunos sabrán de lo que hablo).
Jugar a las palas. A las palas de verdad, palas macizas, de las que pesan y suenan a hueco cuando das a la pelota de tenis. Nada de esa horterada de diminutas palas envueltas en una redecilla con un bola de plástico de algún estridente color. Eso no son palas. Eso es una aberración que debería estar tipificada por el código penal.
13:00 -14:30
Aperitivo, qué magnífico invento.
En el Paseo Pereda, Las Hijas de Florencio, El Diluvio o Casa Lita son sitios estupendos en los que hacer una parada técnica y disfrutar de unos pinchos. Si se tiene tiempo, una escapada al Faro de Cabomayor (parada obligatoria según mi amiga Ángela) para tomar unas rabas es un plan perfecto.
14:30
Comer en El Marucho
Se trata de un restaurante pequeño, con mantel de papel, pocas mesas y, para mí, el mejor pescado de la zona. Aquí no se reserva, aquí se va y se espera en la barra picando algo hasta que te sientan. Y entonces, pides rabas, salpicón de langostinos, pudin de cabracho y centollo. O bogavante, que un día es un día.
En estos tiempos que corren de gastrobares y fusiones multiculturales, se agradecen restaurantes como El Marucho, donde hasta lo gintonics saben a mar y la camarera te estampa un sonoro beso -muaka- cuando te ve.
Autenticidad, qué bonito nombre tienes.
Vayan, pregunten por Maite que es un sol y péguense un buen homenaje.
16:00 – 19:00
Más playa.
A mí me gusta ir a la playa de El Puntal. Súbanse en una de las lanchas que cruza La Bahía y estarán en esta maravillosa playa en cuestión de minutos. Si quieren, pasen el día aquí desde el aperitivo y llévense bocadillos para comer.
Un bocadillo en El Puntal es como tomarse un Dry Martini en el Harry´s Bar con Ava Gardner del brazo. Canela en rama, oigan.
19:00 -19:20
Helado
Tomar un helado a media tarde, a la vuelta de la playa, es algo de carácter mandatorio. La rivalidad entre los defensores de las dos principales heladerías de Santander (Regma y Capri), separadas ambas por escasos metros, está al nivel de la que hay entre aficionados al Real Madrid y al Bara.
Yo, fuera máscaras, soy defensor acérrimo de Capri (calidad sobre cantidad siempre) pero confieso que alguna que otra vez soy tentado por el descomunal helado de mantecado de Regma. Ya saben que soy un hombre sin principios y que me vendo fácilmente por una sonrisa, una copa o, en este caso, por un helado de mantecado.
Pd: ni se les ocurra pedir helado con tarrina. Se empieza tomando el helado en tarrina y se acaba llevando riñonera.
Cucurucho. De toda la puta vida.
22:00
Cena en Deluz (C/ Ramón y Cajal, 18)
Se trata de una casona que han reconvetido en restaurante con un impecable buen gusto. Si hace buen tiempo, pueden cenar al aire libre disfrutando de su magnífico jardín.
00:30
Copa. Bueno, copas.
Río de la Pila – Cañadío – BNS. Memoricen esta ruta.
A fuego. Sagrada. Inalterable.
Todos los caminos llevan al BNS.
En Cañadío, El Bogart (lleno de fotos del bueno de Humphrey, por supuesto) y El Ventilador son mis favoritos.
Y en el BNS, en fin, en el BNS la única regla es que no hay reglas. Crucen el Rubicón, Alea jacta est, bailen hasta el amanecer y acaben dándose un baño en las aguas del Sardinero para bajar las copas (eso sí, vigilen cartera y móviles, no me sean pardillos)
06:45
Kebab: hasta el momento, el Kebab de Santa Lucía, es el mejor kebab que he probado en Europa, seguido de cerca por uno que probé hace 6 años en Londres cerca de Victoria Station y otro en Mikonos. Y esto es así.
Volver del BNS y calzarte un kebab mientras filosofas sobre lo humano y lo divino con tus amigos, tratando de explicar que te has enamorado perdidamente de una santanderina que bailaba en el BNS, es tocar el cielo con las manos
07:00
Váyase a la cama no sin antes dar las buenas noches al mar.
07:30
Beba mucha agua y rece tres padrenuestros para que la resaca sea leve y las putas gaviotas cierren el pico a la mañana siguiente.
El guardián entre el centeno
@guardian_el_
(*) La bonitérrima foto que ilustra el blog es obra de la señorita Alejandra Casado.