Y no estaba muerto, no, no.
Que estaba de parranda.
Tras unos días de retiro espiritual (ejem), vuelvo a abrir las puertas de este bar. De nuestro bar.
Espero que me hayan echado de menos.
Giro la llave y abro, de par en par, las puertas de este bar de calaveras, balas perdidas, pianistas en paro, kamikazes enamorados, soñadores con insomnio, cenicientas buscando sus Louboutin, románticos en peligro de extinción, mujeres fatales, buscadores de perlas, toreros de salón, devoradores de libros, vividores, cierrabares, tahúres, verbenas, trileros, canallas, cabareteras sin oficio ni beneficio, crupiers y demás gente de mal vivir, que no es otra cosa que nuestro buen vivir.
Vuelvo a sacar brillo a esos vasos anchos en los que tantos gin tonics nos hemos servido, sin mesura ni control, como hay que servirse las copas. Luego enciendo las lámparas de araña que iluminan tenuamente las paredes desconchadas de este nuestro cuartel general. Paso la bayeta por la barra de madera, maciza, desgastada, sobre la que se han garabateado algunos teléfonos a última hora de la noche o a primera hora de la mañana y tantas historias con aliento a whisky se han desbrozado. Devuelvo los taburetes a su hábitat natural, el suelo, ese suelo que me tienen ustedes machacado de bailar hasta las tantas canciones bonitas. Bajo a la bodega y compruebo, con cierto alivio, que quedan tantas botellas de vino por abrir como días en ese calendario que no tengo en la pared.
Y cuando todo vuelve a estar en orden, cuelgo por fuera el cartel de ABIERTO HASTA EL AMANECER y pongo algo de música. Primero un poco de Lou Reed, con esa voz de alguien que se ha paseado por el lado salvaje de la vida, para calentar las almas mientras me sirvo la primera copa.`
Esperando tras la barra, limpiando los últimos vasos, van entrando, poco a poco, caras conocidas en el bar y alguna que otra nueva. Bienvenidos, hijos del Rock and Roll. Les estaba esperando.
Ellos entran estruendosos, como elefantes en una cacharrería, se dan sonoros abrazos, hablan fuerte y se aflojan el nudo de la corbata. Ellas pasan sin hacer ruido, sin que nos demos cuenta, sutiles, como el olor de una melena al pasar por la calle, como gatas, como la marea cuando sube.
Me preguntan, tímidas, si está abierto el bar. Para ustedes, siempre, señoritas. Para ustedes, siempre.
En el fragor de las copas, enseguida unos empiezan a poner canciones. Otras bailan encima de la barra. Carcajadas. Holly bailando sola y descontrolada. Charcos de ginebra. El sonido del ventilador. Guiños. Historias de viajes de verano. Nuevos restaurantes. Miradas perdidas. ¿Has visto ya The Newsroom? Preparativos para nuevos viajes. Libros que comentar. Tienes que venir conmigo a este sitio a tomar el aperitivo . ¿Te sacaste las entradas para Bon Iver?
Ah... Hogar, dulce hogar.
Pónganse sus zapatos que empieza el baile.
Y quédense un rato, que a esta ronda invito yo. Lo pasaremos bien. Muy bien.
Tengo muchas cosas que contarles.
¿Qué les pongo?